Observo con nostalgia, dolor, rabia y miedo unas fotografías de días felices en Ucrania en el verano de 2007. Entonces era un país libre, en paz y esperanzado, que poco a poco se recuperaba del desastre de la central nuclear de Chernóbil ( 26 de abril de 1989). Ante mis ojos y en mi mente desfilan: el Dnieper y sus compuertas; Kiev, las cúpulas doradas de Santa Sofía y un coro celestial entonando canciones religiosas bizantinas; el Mar Negro y Odessa, con las escalinatas del "Acorazado Potemkín" y "Rigoletto" en el Teatro Nacional de Ópera y Ballet; la península de Crimea con Sebastopool, y la que había sido base secreta de los submarinos rusos abierta a los turistas, y Yalta, en el Oblast de Donetzk, con el palacio de Livadia...
En ese hermoso palacio, residencia de verano del último zar, Nicolás II, y mansión de vacaciones de los jerarcas bolcheviques, tuvo lugar la Conferencia de Yalta entre el 4 y el 11 de febrero de 1945. En ella se fijaron las condiciones de la paz, y el destino del mundo, tras la Segunda Guerra Mundial.
A ella acudieron los hombres, en aquel momento, más poderosos de la tierra: el norteamericano Franklin D. Roosevelt, el ruso Iósif Stalin y el inglés Winston Churchill. Entre sus acompañantes había tres mujeres excepcionales, que se hicieron imprescindibles: Kathleen Harriman, Anna Roosevelt y Sarah Churchill. Se las llamó "Las hijas de Yalta", porque lo eran, respectivamente, del embajador norteamericano en la URSS, del presidente Roosevelt y de Churchill.
Kathleen, o Kathy, fue la mano derecha de su padre, su oficial de protocolo sin título. El embajador estaba encargado de toda la organización de la conferencia, que empezaba por hacer habitable el arrasado palacio, del que los nazis se habían llevado hasta los picaportes de latón y que no contaba con fontanería, ni sanitarios.
Anna, fue la enfermera, centinela y consejera de su progenitor, que gravemente enfermo debía desplazarse en silla de ruedas. Ella coordinó gran parte del despliegue norteamericano en Crimea.
Sarah, experta en inteligencia aérea y en geografía costera del Mediterráneo, formó parte de la camarilla íntima de su padre, además de ser confidente de "sus miedos y ansiedades más profundas"(Catherine Grace Katz), y su chofer.
Las tres asistieron a la íntima cena, de 30 comensales, conocida como "de los brindis". Hasta 45 veces se brindó con vodka por el éxito de la conferencia.
El resultado de Yalta fue agridulce, todos cedieron algo, y fue Stalin el auténtico triunfador.
Los acuerdos violaron las normas del derecho internacional, al decidir el destino de los pueblos sin contar con ellos, en especial Polonia, que fue sovietizada. El destino de Europa quedó en manos norteamericanas y rusas. Fue una catástrofe para los países del centro y el este del continente europeo, que se libraron de los nazis para someterse a la tiranía soviética. El mundo se dividió en dos bloques, enfrentados, tras el telón de acero, se construyó el muro de Berlín y se inició la guerra fría.
Pasados cuarenta y cuatro años, 1989 - 1990, llegó la esperanza. Cayó el muro, los estados satelitales de Rusia se liberaron y la propia URSS se descompuso, aunque no sin problemas. La Unión Europea, con el tiempo, admitió a la mayor parte de los estados de la órbita soviética, y vivimos en un "mundo feliz ", bajo el paraguas defensivo norteamericano, comprando productos baratos a China y gas a bajo precio a Rusia. Pero todo cambió a partir de 2014, cuando Vladimir Vlamidovich Putin, el "nuevo zar", decidió reconstruir el antiguo imperio, e invadió Ucrania, ocupando Crimea y las provincias de Dotsk y Lagansk, e iniciando la soterrada Guerra del Dombás (13 de abril del 2014 a 24 de enero de 2022). A ella sucedió la abierta y cruel Guerra de Ucrania, iniciada con una nueva invasión el 24 de febrero de 2022. Actualmente más del 20% de su territorio está en poder de los rusos, que siguen avanzando, y no soltarán la presa.
El triunfo electoral de Donal Trump, el "nuevo Emperador de Occidente", en los EEUU, ha venido a complicar más las trágicas circunstancias ucranianas y las difíciles europeas. Dos nuevos sátrapas quieren repartirse el mundo y van a empezar por Ucrania. La parte ocupada con todas sus riquezas para Putin, y los minerales y tierras raras, para Trump. Lo que piensen y deseen los masacrados ciudadanos ucranianos no importa. Tampoco, lo que piense Europa.
La Segunda Guerra Mundial, más de 60 millones de muertos y gran parte del mundo destruido, empezó con el reparto de Polonia entre Hitler y Stalin, ¿empezará la Tercera con el reparto de Ucrania?
Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis cabalgan de nuevo. Europa no acaba de despertar.
¿Quo vadis, Europa?