Economía sin corbata: lo que nadie te dice pero todos necesitan saber

Freelance: el sueño de ser tu propio esclavo

Ser freelance se vende como el sueño perfecto: ser tu propio jefe, hacer lo que te gusta, trabajar desde la playa con un mojito en la mano… ¡Ja! Lo que no te cuentan en esas historias de Instagram de "emprendedores exitosos" es la parte donde la realidad te da un golpe en la cara. Porque ser freelance, para muchos, no es más que cambiar de un jefe... a veinte, sin la seguridad que te da un empleo fijo y con Hacienda como tu socio silencioso.

La palabra “libertad” suena increíble. Hasta que descubres que los plazos de entrega no se negocian, los clientes preguntan y piden, y el trabajo es más impredecible que la bolsa de valores. Hoy tienes cinco proyectos, mañana ninguno, y al siguiente... tres. ¿Qué tan libre te sientes cuando tus ingresos fluctúan más que un meme de criptomonedas? Esa es la realidad que pocos te cuentan.

Ser tu propio jefe suena a gloria, pero la verdad es que ese jefe puede ser el más despiadado que jamás tendrás. Sin horarios fijos, sin derecho a desconexión, sin vacaciones pagadas, ni un triste día de baja si te pones enfermo. Y encima, eres responsable de pagarte a ti mismo la Seguridad Social. Y Hacienda se convierte en tu "socio" más interesado, llevándose buena parte de lo que factures. Entre IVA e IRPF, casi trabajas más para ellos que para ti. Esclavitud premium, pero sin el moño.

El problema es que este modelo se ha romantizado sin control, mientras los derechos laborales han pasado a mejor vida. Si el mercado laboral sigue empujando hacia la "autonomía", lo mínimo que deberíamos exigir es una regulación que trate al freelance como lo que es: un profesional, no un esclavo con Wi-Fi.

Porque sin condiciones dignas, esta “libertad” que tanto venden no es más que una trampa disfrazada. Una jaula de oro, pero jaula al fin y al cabo.