A lo largo de todos estos años de ejercicio de la Medicina como especialista en Cirugía Plástica, he reafirmado una verdad que no solo guía mi práctica, sino que conecta con lo más profundo de nuestra humanidad: la Belleza es salud. Al referirme a la Belleza (con mayúsculas) no hablo de un estándar dictado por modas pasajeras o ideales inalcanzables, sino de una belleza más profunda, la que se arraiga en el bienestar integral. Es la armonía entre cómo nos vemos, cómo nos sentimos y cómo vivimos.
La belleza auténtica no es una máscara, es un reflejo de equilibrio. Cuando hablamos de estética, no sólo hablamos de apariencia, sino de cómo el cuerpo y el espíritu se encuentran en un espacio de coherencia. Filosóficamente, esta conexión nos recuerda la máxima del mundo clásico mens sana in corpore sano: cuidar nuestra imagen exterior es en esencia, cuidar de nuestro templo interior.
Detrás de un rostro radiante y un cuerpo saludable hay un motor invisible: la autoestima. Ésta es la fuerza que nos impulsa, nos hace más resilientes, más creativos, más vivos. Cuando nos sentimos cómodos con nuestra apariencia, nuestra mente responde con alegría y esa alegría sustentada en un cuerpo sano, nos hace sentir invulnerables.
En un mundo donde la falta de tiempo y el estrés dejan su huella implacable, cuidar de nosotros mismos se convierte en un acto de amor propio y de responsabilidad ética. No se trata de alcanzar una perfección ilusoria, sino de honrar lo que somos. En esta vía debemos tener en cuenta que el autocuidado es la mejor medicina preventiva que existe.
La filosofía estoica nos recuerda que la vida es efímera y que nuestro deber es hacer de ella algo significativo. De igual modo nuestro cuerpo es único, nos acompaña desde el primer aliento hasta el último. Tratarlo con respeto y cuidado no es vanidad, sino gratitud por el regalo de la existencia. Alimentarlo bien, mantenerlo activo y darle el descanso y la atención que merece es un acto de profunda conexión con nosotros mismos.
En última instancia, la belleza trasciende lo físico. Nos da fuerza y nos impulsa a enfrentar desafíos con optimismo, a mirarnos con aceptación y a vivir con propósito. La verdadera estética no reside en ser otro, sino en ser completamente uno mismo en la mejor versión posible. Este viaje no es lineal, pero está lleno de momentos en los que el equilibrio entre el ser y el parecer nos devuelve a lo esencial: la felicidad.
Así pues la Belleza no es un objetivo, es un Camino hacia la plenitud. Y este viaje, como toda filosofía, comienza con una simple verdad: cuidando de lo que somos, podemos abrazar todo lo que podemos llegar a ser.