Ortega y Gasset decía que “España es el problema, Europa la solución”. Hoy habría que corregirlo: España sigue siendo el problema, Europa la coartada perfecta y Hacienda… el verdugo con sonrisa de funcionario.
Cogemos recetas económicas nórdicas, las pasamos por una Thermomix ibérica, las servimos sin contexto y luego nos preguntamos por qué todo sale mal.
En Europa hacen transición ecológica. Aquí le clavas un impuesto al panadero por tener un horno viejo.
En Europa digitalizan la fiscalidad. Aquí, si no subes una factura en XML con firma digital y bendición papal, te crujen.
En Europa hay incentivos a la innovación. Aquí si creces muy rápido, te investigan por si acaso “crecimiento sospechoso”.
¿Y quién paga el pato? El de siempre. El autónomo medio que vive como un delincuente, pero sin los beneficios del delito. El que factura lo justo, el que contrata aunque no le cuadren los números, el que se come cada subida de costes con una sonrisa tensa. Ese es el que sostiene el sistema… y al que el sistema revienta cada año un poco más.
Nos encanta hablar de Europa, pero a la hora de la verdad, la gestión es más de cuñado con poder que de técnico con cabeza. Y mientras tanto, los de siempre pagando el desajuste: autónomos, pymes y emprendedores que no saben si están montando un negocio o cavando su propia fosa fiscal. Porque aquí no hay espacio para el que quiere hacer las cosas bien. Hay espacio para el que aguanta callado. El que entiende que emprender en España es jugar a la ruleta rusa con Hacienda, con la diferencia de que el tambor siempre gira cargado.
España no fracasa por Europa. Fracasa porque no sabe copiar sin destrozar lo que funciona. Porque sigue disfrazando su incapacidad estructural con discursos importados que ni se adaptan, ni se entienden, ni se aplican con cabeza. Y en medio de todo esto, Hacienda. Esa máquina bien engrasada que, cuando todo lo demás falla (y siempre falla), sigue funcionando a la perfección. No para ayudar, no para entender. Para cobrar.