Prisma Internacional

Es la inmigración ilegal, estúpido

Haber convertido a este asunto en un elemento central de sus programas explica el ascenso, éxito y sorpasso de la extrema derecha a la izquierda en Francia, Austria, Alemania y también en otras partes de Europa. ¿Ocurrirá lo mismo en España?

Una de las muestras de que la izquierda en Europa ha perdido su polo a tierra y está absolutamente desconectada de los problemas de la gente normal y corriente, es su escasa capacidad de autocrítica cuando se pegan un batacazo electoral del tamaño de los ocurridos en las últimas generales en Alemania y Portugal. Sobre las ruinas de las antiguas bases electorales de socialistas y comunistas paradójicamente emergen las nuevas fuerzas de lo que los demagogos al uso llaman partidos de ultraderecha o, simplemente, fascistas, sin pararse siquiera a analizar la razones que explicarían porque ha ocurrido ese trasvase de un extremo a otro.

Está meridianamente claro, y así se va revelando elección tras elección en Europa, que existe un malestar profundo en nuestras sociedades y que este se está manifestando abruptamente en la desafección de los electores con los partidos tradicionales que hasta dominaban en la escena europea, principalmente los partidos de corte conservador, en la derecha, y los socialdemócratas dominando el bloque de la izquierda. Ambos grupos han visto que una buena parte de su electorado, aunque en menor medida en los conservadores, ha virado hacia los partidos de extrema derecha, tal como ha pasado en Alemania con Alternativa para Alemania (AFD) y en Portugal con Chega, que crecen ambos robando votos a socialistas, comunistas y a la derecha tradicional.

La inmigración ilegal, un problema señalado en muchas encuestas y estudios de opinión como uno de los que más preocupa a los europeos, se ha convertido con datos empíricos comprobados no en una cuestión baladí más que añadir a la lista de asuntos por resolver, sino en un asunto central en la agenda política de los ciudadanos. Los partidos de extrema derecha han sabido explotar este filón muy oportunamente y han tenido un éxito notable al utilizarlo. El problema radica en que la izquierda y la derecha tradicionales viven en el mundo de lo políticamente correcto, guardando sus exquisitas formas, y evitando tratar temas susceptibles que puedan generar controversias. Nuestros políticos tradicionales, tan alejados de los problemas cotidianos de los ciudadanos de a pie porque hace mucho tiempo que no pisan sus propias calles, viven enfrascados en una suerte de mundo de yupi que solamente existe en sus fantasías. 

En 1979, a un primer ministro inglés, Jame Callaghan, en medio de una de las mayores crisis política y económica que vivía su país, le preguntó un periodista que qué opinión tenía de la crisis que atravesaba el país y el político contestó “¿qué crisis?”, cavando para siempre su tumba y perdiendo las siguientes elecciones generales, en que fue derrotado por Margaret Thatcher. Esa ausencia de contacto con la realidad, ese alejamiento de los problemas de los ciudadanos, lleva a esos batacazos como los que hemos visto en estas últimas semanas con los socialdemócratas alemanes, los socialistas portugueses y los dos partidos de la izquierda radical de nuestro vecino -la CDU y el Bloco-, incapaces de analizar qué está ocurriendo para que ese malestar social y político sea canalizado por las fuerzas de extrema derecha y no por aquellos que supuestamente dicen defender a los más desfavorecidos. 

Otro elemento para el análisis debería ser cómo ha sido posible que el voto joven en España, pero también en otros países, como Francia y Alemania, sea capitalizado por la extrema derecha, como el 30% de los jóvenes menores de treinta años que votan a Vox, que crece como la espuma en ese segmento de edad que va de los 18 a los 30 años, desmintiendo esa vieja idea de que “ser joven y no ser revolucionario es una contradicción”. Continuará.