La democracia, como sistema político, se basa en la idea de que el poder emana del pueblo y que este tiene el derecho de elegir a sus representantes y participar activamente en la toma de decisiones. Sin embargo, el engaño hacia el pueblo se ha convertido en una práctica recurrente en muchas sociedades, lo que plantea la pregunta: ¿es este engaño una normalidad aceptada o una deformación cultural que socava los principios democráticos?
En primer lugar, es importante analizar las raíces del engaño en la política. Desde tiempos remotos, los gobernantes han utilizado la manipulación de la información para mantener el control sobre sus ciudadanos. Las promesas incumplidas, las verdades a medias y la propaganda son herramientas utilizadas para moldear la opinión pública y garantizar el apoyo popular. Este fenómeno no es exclusivo de sistemas autoritarios; también se manifiesta en democracias consolidadas, donde los partidos políticos pueden recurrir al engaño para ganar elecciones o justificar decisiones impopulares.
El uso del engaño puede ser visto como un reflejo de una cultura política que prioriza el poder sobre la verdad. Cuando los líderes consideran que el fin justifica los medios, se establece un ciclo vicioso donde la desconfianza en las instituciones crece y los ciudadanos se vuelven escépticos respecto a las promesas políticas. Esta desconfianza puede llevar a una apatía generalizada hacia el proceso democrático, debilitando así su efectividad.
Sin embargo, esta situación también ha generado reacciones importantes dentro de la cultura democrática. En muchas sociedades, los movimientos por la transparencia y la rendición de cuentas han cobrado fuerza, impulsados por ciudadanos que exigen un cambio. La lucha por una democracia auténtica implica no solo elegir a representantes honestos, sino también fomentar una cultura política donde el diálogo y la verdad sean valorados sobre las estrategias manipulativas.
Además, el avance de la tecnología y las redes sociales ha transformado la manera en que se difunde la información. Si bien estas herramientas pueden ser utilizadas para propagar engaños, también ofrecen plataformas para que los ciudadanos investiguen y cuestionen lo que se les presenta. La alfabetización mediática se convierte así en un pilar fundamental para empoderar a los individuos y permitirles discernir entre lo verdadero y lo falso.
En conclusión, engañar al pueblo no debería ser considerado una normalidad en ninguna cultura democrática. Aunque puede haber momentos de desesperación política donde algunos consideren que el engaño es necesario para lograr ciertos objetivos, esto sólo perpetúa un ciclo de desconfianza y alienación. La lucha por una democracia genuina requiere un compromiso colectivo hacia la verdad, la transparencia y el respeto por los derechos del ciudadano. Solo así podremos construir sociedades donde el poder no sea un fin en sí mismo, sino un medio para alcanzar el bienestar común y el arte la posibilidad humana de combatir esta cruel realidad a través de los mensajes de nuestras manifestaciones artísticas “Hacer Conciencia”