Los de mi generación tuvimos que hacer obligatoriamente el Servicio Militar, aunque el espectro de ‘escaqueo’ era amplio, desde los expertos en pedir prórrogas hasta la plaga de los ‘pseudoinútiles’, los objetores de conciencia, los excedentes de cupo o los hijos de viuda. Luego estaba la Escala de Complemento para los universitarios, una relativa canonjía de la que yo mismo disfruté. El problema era que en el post franquismo se consideraba una pérdida de tiempo de la que solo se beneficiaban unos pocos. Finalmente, Aznar lo suprimió a finales de los 90.
Corren tiempos de tribulación y ya se oyen voces sobre la necesidad de reimplantar el Servicio Militar. Sería una excelente oportunidad para que se corrigieran los errores de antaño: desmotivación, excesiva duración y escaqueos selectivos. La desaparición de las divisiones de la sociedad en clases o sexos sería una excelente oportunidad para la implantación de un servicio universal, sin excepciones; todos con los mismos derechos y obligaciones. Quizás así nos haríamos más responsables de nuestro comportamiento.
La apuesta sería diseñar un Servicio que la población lo percibiera como una oportunidad, no una penosa obligación. Una duración sensata en torno a 6 meses que nos permitiera sentirnos orgullosos de hacer un servicio a la sociedad y de paso una oportunidad para desarrollar nuevas habilidades. Aunque hubiera preferido no hacer la ‘puta mili’, como se decía entonces, tuve ocasión de aprender varias cosas que me han sido útiles en la vida civil: someterme a situaciones físicas extremas, ejercer el mando de tropa o no tener miedo a las armas. Conozco a unos cuantos melifluos que se escaparon de la mili y no les hubiera venido nada mal para que espabilaran.