La mirada global

El Imperio Musk

En los últimos años, el desarrollo de la tecnología ha escalado a grados hasta hace poco inimaginables. Hoy los cambios son más bien transformaciones y ocurren en un menor lapso de tiempo. Todo este maremágnum, aunque ya global, nace en distintos nodos de conocimiento situados en las áreas más avanzadas de la Tierra. Donde el talento fluye a borbotones. Y Silicon Valley, situado en Palo Alto (EEUU), ha sido y es el auténtico símbolo de esta prometedora metamorfosis sin aparente fecha de caducidad.

Justo en este bucólico paraje, localizado en California, muy cerca de la liberal y vibrante San Francisco, se hallan algunas de las mentes y empresas más relevantes de nuestro siglo. Aquí nació Apple, la famosa compañía que revolucionó el concepto de telefonía móvil; también Meta, que modificó para siempre las interacciones sociales humanas; Amazon, que ha descompuesto el comercio mundial; Google, nuestra enciclopedia sin fin; o X, un salto disruptivo en la comunicación con impacto planetario.

Históricamente, esta zona se ha caracterizado por ser abierta, progresista y tendente a los demócratas. El lugar donde se obra la magia futurística urbanita en contraposición de la América anticuada, rural y pobre de las grandes llanuras del corazón post industrial estadounidense. No obstante, el ser humano es paradójico, y en los últimos años se está dando en el área un preocupante viraje neocon populista y distópico. Son varios los artífices de este oportunista; la sombra trumpista es alargada, viaje a los infiernos, pero por encima de todos destaca sin duda uno: Elon Musk.

El dueño de Tesla, SpaceX o Neuralink, un portento empresarial e intelectual, había dado evidentes muestras de su capacidad para remover el tablero industrial y mediático internacional gracias a su dinero, influencia e ideas innovadoras. A simple vista, todo un referente para las nuevas generaciones, pero hoy su admirable don para mejorar el decadente planeta se ha aplazado, e incluso esfumado, para dar rienda suelta a la ambición política desmedida del hombre más rico de la Tierra.

Lo cierto es que este viaje radical de Musk, desde posiciones izquierdistas al republicanismo más agresivo, responde a una casuística multifactorial. A su preocupación por ganar relevantes contratos, así como tener buena sintonía con el nuevo inquilino de la Casa Blanca, se suma su oposición fervorosa, por cuestiones familiares, al movimiento trans. No habríamos de preocuparnos por su legítima posición ideológica si no fuera porque, en apenas unos días, su inclusión en el nuevo Gobierno ultra le va a dar poderes casi infinitos sobre la humanidad.

Musk desea comprar territorios, decidir elecciones, una especie de hackeo al sistema democrático, así como colocar sus sueños megalómanos por encima de las necesidades de millones de personas. Una ambición desmedida que supone un peligro para la civilización y que puede marcar un antes y un después en cuanto a las ansias imperiales de un único individuo, cuyo comportamiento responde más al de un niño caprichoso, un tirano, dejando a un lado su respetable y comprensible enfermedad, que al de un adulto funcional.

La Comunidad Internacional tiene la obligación de poner coto a esta situación antes de que devenga en una destrucción del sistema de convivencia que nos hemos dado entre todos tras el final de las grandes guerras. Nuestra vida no puede ser controlada por la tecnología, tampoco por el dinero; ni mucho menos por una élite cada vez más diminuta, inmoral y enfervorecida. Necesitamos leyes, equilibrio y renovar un pacto internacional por la concordia que permita solidificar las Democracias, fomentar la equidad y aprovechar la innovación para crecer y mejorar como sociedades. Necesitamos un reset