A Volapié

El desempleo y la pobreza son el problema

Alfonso de Valdivia
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Hoy toca retomar el tema de la desigualdad, tan en boga desde hace décadas en occidente. Grandes pensadores como Ortega y Gasset, Marañón, Friedman, Hayek o Von Mises, pensaban que la desigualdad era justa, siempre que fuera fruto del talento y del esfuerzo. Para que haya desigualdad hay que comparar a dos personas, o a dos colectivos, y siempre hallaremos diferencias dadas las disimilitudes en materia de inteligencia, capacidad y voluntad. Sin embargo, esa desemejanza siempre será irrelevante a efectos prácticos, salvo en el caso de que una de las partes pase hambre y frío, y/o no tenga acceso a una vivienda, y/o a sanidad y educación. El mal a combatir es por lo tanto la pobreza. Si las dos partes son desiguales en renta pero ambas viven al menos correctamente y sin carencias, en ningún caso esta desigualdad será un problema, salvo que la envidia se imponga a la razón.

El que pasa penurias por falta de ingresos suficientes no padece porque el otro tenga una holgada posición económica, sufre porque no tiene trabajo, su salario es escaso, o soporta una elevada inflación provocada por las políticas antimercado del estado. No estamos ante un problema relativo sino absoluto.

Hay que recordar que la pobreza de uno no es fruto de la riqueza del otro. Esto es así porque la economía NO es un juego de suma cero. El que prospera lo hace porque es productivo y esto hace que tenga ingresos elevados. No es popular decir esto, pero ya es hora de que entendamos que la desigualdad no es un problema. En todo caso, más mercado, más libertad económica, y más librecomercio, aumentan y enriquecen a las clases medias, lo que reduce la desigualdad.

Llevamos años oyendo a casi todos los partidos, sindicatos, y ONGs (casualmente todos bien regados de cientos de millones de euros del contribuyente) clamando contra la desigualdad, y que por lo tanto es hora de que el estado intervenga aún más atacando a los ricos y a los empresarios. El precio pagado por ser bastante igualitarios es un notable incremento de la pobreza, la disminución de las clases medias, y una renta per cápita mediocre que se aleja cada vez más de la media de la UE.

Igualar a la baja mediante unas políticas que a diciembre 2024 han aumentado el número de personas con carencia material severa a casi el 10% y el número de hogares en riesgo de pobreza a más del 20% es objetivamente un fracaso, y desde luego nada progresista. El índice de Gini nos dice que Suiza es algo más desigual que España y sin embargo su renta media es 3 veces mayor y el número de pobres varias veces menor.

Según el Instituto Juan de Mariana, a lo largo de los últimos dos siglos la población mundial se ha duplicado, pero la renta media se ha multiplicado por quince. Este logro es debido al capitalismo y el librecomercio, es decir a la iniciativa privada y no a la acción estatal. Hasta China adoptó los consejos de Milton Friedman y se abrió a la economía de mercado para sacar a cientos de millones de habitantes de la pobreza.

Gracias a la economía de mercado la pobreza ha pasado del 90% al 9%, y la esperanza de vida se ha más que duplicado, y así sucede con todas las demás variables relevantes. Esta inmensa creación de riqueza por parte del sector privado es la que ha reducido la desigualdad creando enormes clases medias. Esto es lo que realmente cuenta, reducir dramáticamente la pobreza. El corolario que podemos extraer de esto es que si queremos más justicia social tenemos que; i) centrar los  esfuerzos, no en confiscar y redistribuir para igualar, sino en aumentar la libertad económica y reducir el peso del estado, y ii) proveer una educación y FP de gran calidad a toda la población.

El capitalismo ha creado riqueza suficiente para sacar a casi todos de la pobreza y esto seguirá siendo así siempre que los estados no lo impidan. Donde impera la libre iniciativa de mercado, la pobreza es cada vez menor (en % de la población), menor hoy que en el 2000, y entonces menor que en 1950 y así sucesivamente hasta mediados del siglo XIX. Esto no quiere decir que no sea necesario el estado, lo es, pero debe ser modesto en tamaño y en capacidad interventora, debe hacer solo lo imprescindible de forma eficaz y eficiente.

En democracia, la igualdad económica es imposible e injusta porque penaliza el esfuerzo creativo y el crecimiento económico, pero además no es sinónimo de progreso. Noruega o Países Bajos tienen un índice de Gini (medidor de desigualdad) similar al de Bielorusia o Moldavia, y sin embargo tienen un nivel de renta muchísimo mayor.

De media los países más libres económicamente tienen una renta 10 veces mayor que los más socialistas e intervencionistas, ¡y encima son menos desiguales!. Esto se puede ver en el índice de Gini medio de ambos grupos, 32 contra 37 (a mayor más desigualdad). En cuanto a los estados socialdemócratas como los europeos, estos se caracterizan por una igualdad similar, o marginalmente mayor, que la de las naciones con mayor libertad económica, pero son mucho más pobres. Cada punto de mejora en el índice de Gini implica más pobreza y una renta media menor, un precio excesivamente elevado para la ciudadanía, especialmente para los jóvenes.

Según el Instituto Juan de Mariana, en España y desde 1975, la concentración de riqueza en manos del 1% más rico ha pasado del 60 al 20%. Somos uno de los países de la UE con menos desigualdad de riqueza, pero estamos muy lejos en renta per cápita tanto de los más ricos como de la media debido a un elevadísimo desempleo, una alta inflación y una baja productividad. Esto es el fruto de la apuesta radical por el estado en detrimento del sector privado.

Por lo tanto, NO está justificado seguir aumentando el peso del estado y los impuestos porque ya disfrutamos de la mayor igualdad posible en un sistema democrático. Es hora de aumentar el nivel de vida general y de reducir la pobreza, y para esto hay que disminuir el peso del estado notablemente, y priorizar la iniciativa privada.

Hay una desigualdad que sí importa y que está provocada, cómo no, por el crecimiento imparable del estado y de los impuestos desde el año 2000. Es la desigualdad intergeneracional. Dado que vivimos en un invierno demográfico, los políticos priorizan a los jubilados porque suman más votos. Los hogares de más de 65 años disfrutan de una renta disponible media neta creciente, mientras que los hogares más jóvenes son contribuyentes netos al estado y soportan una carga fiscal excesiva, de las más elevadas de la OCDE. No es de extrañar que salgan mucho peor parados en los índices de pobreza, y por si esto fuera poco, además, cobrarán pensiones muy menguadas,, 

Este enriquecimiento de los mayores a costa del empobrecimiento de los jóvenes es el fruto amargo de un estatismo exagerado que limita la capacidad de crecimiento de la economía. En materia de desigualdad, la intergeneracional es la única relevante porque es profundamente injusta y pone en peligro el futuro y la viabilidad de la sociedad española, e incluso de nuestra democracia.

Ya tenemos la mayor igualdad posible en democracia, ya es hora de poner el foco en el crecimiento para reducir el desempleo y la pobreza, y esto no se consigue con más estado e impuestos, ni con más políticas igualitarias. Que no les engañen, nos jugamos mucho.