A Volapié

El delicado equilibrio de la sociedad democrática

Alfonso de Valdivia
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En pasados artículos he argumentado en base a numerosas evidencias que bastantes países están retrocediendo en materia económica y social debido a una erupción de estatismo confiscatorio y dirigista. Es el caso de España, Francia, Italia, Colombia, Chile, la Argentina kirchnerista, e incluso de algunos estados de los EE.UU. Hoy vamos a ahondar en esta cuestión desde un enfoque puramente cualitativo.

El riesgo de decadencia y atraso es probablemente elevado cuando sociedades democráticas complejas como las nuestras sustituyen el empirismo, la meritocracia, y las viejas instituciones probadas con éxito durante siglos por una ideología radical no avalada por evidencia positiva alguna.

Si dejamos de seguir y aplicar las normas que nos han dado prosperidad, seguridad y libertad durante largo tiempo, entonces el sistema democrático sólo puede retroceder en estos y otros ámbitos. Estos bienes son las instituciones políticas y económicas inclusivas y plurales basadas en usos y costumbres centenarios que, especialmente desde la revolución inglesa de 1.688, dieron lugar al orden de mercado espontáneo y a la democracia parlamentaria, y por lo tanto al fin del absolutismo y sus privilegios arbitrarios.

Estas instituciones son las que han permitido el enorme crecimiento económico, social y demográfico experimentado por Occidente desde finales del siglo XVII. La mayoría de ellas no son el fruto de una mente o mentes creadoras privilegiadas sino de la evolución a lo largo de siglos del orden espontáneo de la sociedad, orden que se deriva de la colaboración de millones de personas en la búsqueda de la realización de sus objetivos personales.

Sin embargo, como consecuencia de su enorme complejidad, el equilibrio de la sociedad democrática actual es delicado y vulnerable a excentricidades y experimentos económicos y socioculturales radicales, como es el caso de 1) la sustitución del mercado por el estado (algo antiguo y siempre fallido), 2) la imposición de políticas extremistas en materia de DEI, wokismo, ecología y clima, inmigración, demografía y feminismo y, 3) el ataque a la libertad de expresión de aquellos que no aprueban dichas políticas y que han de soportar la censura, la cancelación, la cárcel, e incluso perder la vida, y 4) la tibieza en la protección de la propiedad privada, la vida y la seguridad de los ciudadanos frente al delito.

En otros artículos he comentado los numerosos males que generan las políticas mencionadas en los puntos 1), 2) y 3).

En cuanto a la libertad de expresión, este derecho es uno de los pilares de la democracia, imprescindible para el progreso y para evitar caer en el anquilosamiento político y social. Cuando este derecho es menoscabado, como ocurre actualmente por parte de la izquierda occidental, se daña gravemente el sistema democrático. La censura, la cancelación y la aplicación del delito de odio de forma sectaria y arbitraria nos debería hacer reflexionar profundamente.

El derecho a la vida y a la integridad de las personas también está siendo quebrantado por estas políticas radicales. La inmigración sin control está provocando un notable incremento de la criminalidad, especialmente cuando se combina con la tibieza al aplicar las leyes y al legislar esta materia por motivos políticos y woke, ya sean de raza o religión. Esto está sucediendo en los EE.UU, en GB, en España, entre otros países. El que dude que vea las estadísticas del ministerio de interior. Dicho esto, este aumento de la violencia también está siendo protagonizado por los defensores más extremistas de estas políticas, llegando incluso al asesinato del que discrepa.

En cuanto a la propiedad privada, es claro que se encuentra en el punto de mira del gobierno de España desde 2018, a pesar de ser uno de los pilares tanto de nuestra Constitución como de la civilización occidental. Pedro Sánchez no duda en fomentar y legislar a favor de la ocupación de viviendas ajenas, cosa nunca vista en ningún país avanzado y democrático.

La voracidad fiscal desbocada es otro ataque frontal a la propiedad privada. No es posible que la sociedad siga prosperando cuando amplias capas de la sociedad trabajan entre seis y siete meses para un gobierno derrochador y espectacularmente ineficaz que emplea los recursos públicos de forma arbitraria para mantenerse en el poder. Y esto sin mencionar la rapacidad en materia del impuesto del patrimonio y el de sucesiones. Así es imposible acumular un patrimonio que permita vivir mejor tanto en la madurez como en la vejez y dejar una herencia a nuestros descendientes.

Esto no es casualidad, es exactamente lo que busca este gobierno azuzado por sus socios de extrema izquierda. El objetivo de estas políticas regresivas es convertir a las clases bajas y medias en rehenes políticos dependientes como medio para que sus promotores se perpetúen en el poder. Deberíamos ser conscientes de que si el estado impide la acumulación de capital se empobrece a la población a largo plazo pues sin ahorro no puede haber inversión, y sin esta no hay progreso, ni mejora de los sueldos vía aumento de la productividad.

El objetivo de las políticas radicales mencionadas es “deconstruir”, es decir destruir, la sociedad democrática liberal, y con ella las instituciones políticas y económicas plurales que nos han dado riqueza, seguridad y paz. Nos quieren pobres y dependientes por puro interés político.

Ya lo estamos viendo en la actualidad tanto en España como Francia. Las clases medias retroceden en términos de renta real disponible mientras la pobreza no para de crecer. A esto hay que añadirle la insostenibilidad tanto de las pensiones como de las cuentas públicas fruto del exceso de déficit y de deuda pública.

Romper el delicado equilibrio de la sociedad democrática basada en la economía de mercado y en instituciones políticas plurales e inclusivas no sólo nos está empobreciendo, también pone en peligro nuestra seguridad e integridad, e incluso la pervivencia de la democracia como la conocemos.

Si no expulsamos del poder a los promotores de este estado de cosas, no podemos descartar a medio o largo plazo ni el colapso de la sociedad ni el autoritarismo.