Justificar ante los medios de comunicación la agresión sufrida por los ciclistas israelíes en la vuelta ciclista a España, como han hecho algunos ministros de nuestro aguerrido Gobierno, es un despropósito goebbeliano y nauseabundo, impropio de un país democrático y civilizado. Solicitar formalmente que el equipo israelí sea expulsado del mismo evento deportivo, tal como he visto en estos días en varias tertulias televisivas, incluida nuestro canal público, roza la apología del terrorismo y el genocidio, aunque los perpetradores de tan abyecta acción no sean ni siquiera conscientes de la misma. Se comportan como los nazis, es que son realmente nazis sin necesidad de más eufemismos.
Tras días de soportar este aquelarre nazifascista en nuestros medios, televisiones y calles, porque la cruzada contra los judíos se extienda a todos los ámbitos, mi conciencia ciudadana se mueve entre la indignación, la ira y la rabia. ¿Cómo hemos podido caer tan bajo? ¿Hasta dónde va a llegar nuestra degradación ética y moral? El Gobierno del Reino de España, presidido indignamente por Pedro Sánchez, es el responsable de esta oleada descontrolada de antisemitismo brutal, irracional y violento. Haberse aliado con los terroristas de Hamás desde el primer momento, incluso cuando Israel enterraba y lloraba por sus víctimas inocentes, ha desencadenado este torrente de odio desenfrenado y cuyas consecuencias ya son irreversibles. Nuestra imagen internacional está por los suelos.
No se trata ya de agitar solamente unas banderas palestinas -teñidas de sangre porque es una causa mancillada por el terrorismo y la violencia inútil-, sino que la causa va más allá y el objetivo final es señalar al judío, marcarlo con la estrella amarilla como en la Alemania nazi para después eliminarlo y acabar con todo vestigio de nuestra herencia hebrea porque de aquello de lo que no se conserva ni siquiera un fósil es que realmente no ha existido. Se comportan como los nazis, justificando lo injustificable, como he visto en estos días a una tertuliana justificando la violencia contra unos pobres ciclistas porque el dueño se de ese equipo era un asqueroso “sionista”, y entonces todo se justifica, incluidos los campos de concentración que exhalaron a través de sus chimeneas a seis millones de judíos. Se comportan como los nazis porque son realmente nazis. ¿Cómo hemos podido caer tan bajo, hasta cuando nos vamos a seguir degradando moralmente como pueblo, como país?
Precisamente todo esto ocurre en España, un país donde los judíos fueron expulsados de una forma infame en 1492 y que tiene el dudoso honor de haber sido de los últimos del mundo en reconocer al Estado de Israel, algo que hizo a regañadientes y presionado por sus socios europeos en su momento. Y ahora toda esta furia antisemita, alimentada por el Ejecutivo más hostil hacia el pueblo judío en la historia democrática de España, nos retrotrae a tiempos que ya creíamos superados. Una vez enviamos a luchar con los alemanes a la División Azul, de triste memoria e historia, y ahora apoyamos el envío de la flotilla de la muerte, supuestamente para llevar ayuda humanitaria a Gaza. Es lo mismo que cuando enviamos a esos pobres desgraciados a luchar por la causa nazi. Los voluntarios de la flotilla de la muerte -sí muerte, apoyan a esos genocidas de Hamás- son una versión renovada de las Secciones de Asalto hitlerianas que comandaba Ernst Röhm. Primero señalaban a los judíos, marcaban sus tiendas, viviendas y propiedades, y luego los asesinaban sin piedad no sin antes saquear todas sus riquezas y pertenencias. Se comportan como los nazis porque son nazis realmente, odian al judío y no pueden disimularlo.
Contemplo todos estos vergonzosos acontecimientos después de un verano en que la compañía Vueling expulsó a unas decenas de adolescentes judíos por cantar en hebreo y en una atracción turística se les denegó la entrada a otro grupo de jóvenes del mismo origen étnico, por citar dos de los infames actos acontecidos en este verano antisemita español, y parece que el tiempo no pasara en balde. Todo pasa y todo queda, pero el odio al judío prevalece por encima de todo. No cambiaremos nunca y nos seguiremos comportando como los nazis. Quizá hasta tenga razón la escritora Vanessa Springora cuando asevera que “todos llevamos un pequeño fascista dentro”, ¿será así, Yolanda Díaz?