Cargar la suerte

Ciertos son los toros

Escribía Juan Belmonte con la pluma de Chaves Nogales que, al torero, el día de corrida el miedo se le presenta al despuntar el alba pacato y cauto, y que, hasta sonar el clarín va ocupando espacio en su mente y cuerpo poseyéndolo paso a paso. Entonces el diestro lo encara, pero el miedo comienza a hablarle poniendo toda objeción posible a su magisterio taurino, haciéndole buscar cualquier escapatoria para no salir al albero. Decía el “Pasmo de Triana” que él, ante la presencia del amedrentador miedo, suspiraba por el momento en que un gobierno de los socialistas (si algún día llegaban a gobernar, eran los años veinte del pasado siglo) aboliera las corridas de toros. ¡Bah!, excusas de toreros, que a las cinco de la tarde se han olvidado.

Uno es taurino a su manera. Me ha gustado mucho más leer sobre toros e imaginar fantásticas faenas ya pasadas, que acudir a la plaza a ver poco (y eso que a veces he visto mucho). Recuerdo las crónicas isidriles de Joaquín Vidal en “El País”, que me hacían degustar la circunstancia de cada festejo en unas pocas líneas. Me gusta releer el Cossío y ver la evolución de un país a través de sus páginas, o sorprenderme al encontrar un libro como “Viaje por España: de Perpignan a Málaga” de Hans Christian Ardensen, en el que el danés recorre la piel de toro, casi, de plaza en plaza realizando un estudio antropológico de los españoles. Me sigue sorprendiendo la historia del conde y ganadero de bravo Fernando Villalón, arruinado por intentar crear un toro de lidia con reminiscencias helénicas que tuviera los ojos verdes. No lo consiguió, pero al albur de su descabellada búsqueda, se hizo gran amigo de Alberti. Y. precisamente aquí es a donde quería yo llegar: es desde hace tiempo usual que, para defender al arte de Cuchares, una bancada política utilice los nombres del bueno de Rafael, de Lorca o de Picasso, como aficionados y gentes de izquierdas. Y la otra bancada, en respuesta, use los mismos nombres para explicar que, obviamente, su afición taurina era producto de la época y de malentendidos, y afirmen que hoy estarían junto a los antitaurinos.  “Osease”: lo que viene a llamarse politizar los toros. Obviamente el que el Ministerio de Cultura se haya cargado el “Premio Nacional de Tauromaquia”, responde en buena medida a motivos e intereses políticos. Obviamente el que el Senado, y una serie de comunidades autónomas, hayan recuperado el “Premio Nacional de Tauromaquia”, responde en buena medida a motivos e intereses políticos.

Me encantaría que las “garras políticas” quedaran fuera de este asunto y de otros tantos, pero me temo que es predicar en el desierto. Más “ciertos son los toros” y no hay nada más cierto que las trincheras en España nunca se cierran. Pero por si quiere, amigo lector, pensar sobre ello y reírse un rato, vuelva a ver “La Vaquilla “de Luis García Berlanga, que además está de 40 aniversario. 

¡Ay vieja piel de toro, siempre igual!