El reloj de arena

Cervantes y la libertad

Este el título del excelente y amplio ensayo con que Luis Rosales se acerca a la obra de Cervantes. Es ya un tópico insistir en que Cervantes es el reflejo del anhelo de libertad de un pueblo en un momento crítico de la historia. A través de las imágenes soñadas de don Quijote vamos viendo la realidad de una época y el deseo de un cambio. Como también resalta Antonio Rey (Poética de la libertad y otras claves cervantinas, 2005), el perspectivismo de los espejos que pueblan la obra cervantina no son más que el intento de mostrar al lector las diferentes posibilidades que tiene para elegir. El lector se enfrenta a la obra de Cervantes con un protagonismo que nunca había adquirido hasta ese momento. Deja de ser un mero ser pasivo que recibe unívocamente el mensaje para entrar en la disposición del equívoco, de la doble o triple interpretación. Esta realidad múltiple que se ofrece al lector es la base de su libertad. Y en eso radica, en la posibilidad de elección.

Cuando Unamuno enfrenta a Augusto Pérez, su personaje de la novela Niebla, al propio autor y mantienen un contundente diálogo sobre la existencia de los entes de ficción, está bebiendo de las páginas de Cervantes, cuyos personajes parecen cobrar vida propia en cada uno de los rincones por donde deambulan.

En Pedro de Urdemalas, la confusión de realidades y ficciones no solo parte de la mente de un personaje, como en El Quijote, sino que se entrelaza constantemente en cada una de las acciones hasta que se impide discernir el anhelo de realidad con la fantasía de lo deseado.

En esta confusión de planos se asienta el principio de la libertad porque los límites de la realidad, de las normas y de las leyes se van desdibujando en cada línea a través de la imaginación. Preciosa, la protagonista de La gitanilla, lanza su ardiente alegato de afán de libertad como un dardo impregnado de futuro contra el presente de una realidad opresora. Su imaginación, en busca de la libertad de la mujer, chocará violentamente con un mundo en el que hombre marca las líneas de actuación y donde no cabe ese deseo de ser libre. Pero, como el grito de don Quijote anunciando que la verdad radica en las opiniones -como afirma Américo Castro-, su discurso, como el de Marcela o el de Dorotea, es una «pica en Flandes», un intento de devolver al espejo de la triste realidad del momento la imagen de la esperanza.

Además de las conocidas palabras de don Quijote sobre la libertad -«uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos»-, Cervantes pone en boca del morisco Ricote otras no menos significativas, y más si tenemos en cuenta que Ricote sufre la persecución por ideología religiosa y su propia hija Ana Félix, será una de las heroínas en defensa de la libertad.

Pasé a Italia y llegué a Alemania, y allí me pareció que se podía vivir con más libertad, porque sus habitantes no miran en muchas delicadezas: cada uno vive como quiere, porque en la mayor parte della se vive con libertad de conciencia (Quijote, II, 54).

Esta libertad de conciencia es el sueño de Cervantes, que sigue la estela del humanismo erasmista. La política de Carlos I había permitido la llegada de nuevas y frescas ideas desde Europa, como las de Erasmo. La Universidad de Alcalá va a ser una de las de defiendan abiertamente los planteamientos sociales, religiosos e ideológicos de Erasmo frente a la persecución de la intolerancia; incluso, la presión que se ejerce desde esa Universidad será determinante para que, en 1547, se paralice la aplicación de los férreos Estatutos de Limpieza de Sangre. Será momentáneo, porque, poco después, en 1555, serán ratificados por Felipe II.

Como dice Antonio Rey, «la locura de don Quijote, no por auténticamente caballeresca menos hondamente enraizada en el humanismo renacentista, dio a Cervantes la libertad que necesitaba para exponer sus ideas sin miedo a la censura, al mismo tiempo que el sustento de su ideología idealizada y crítica» (En Cervantes, 1993, Introducción, lxxiii).

En esta ideología juega un papel fundamental la mujer. Entre la realidad de su propia vivencia personal y el anhelo de la justicia y la libertad, Cervantes se va a convertir en el creador de una serie de tipos femeninos que simbolizan el espíritu del humanismo. Defenderán la virtud, no la nobleza de sangre; proclamarán su libertad por encima de las ataduras sociales de clanes e instituciones; renunciarán a la «comodidad» de la vida matrimonial para poder situar su propia voluntad en el centro de su actuación vital y buscarán con denuedo la igualdad basada en los principios del naturalismo.

Más en Opinión