El Nano Serrat canta en una de sus maravillosas letras, esta extraña locura que nos rodea, donde cada quien es cada cual y baja las escaleras como quiere, pero remarca en esa locura habitual sus preferencias personales. Y es que, en estos tiempos de gustos extraños, donde todo parece confundirse y relativizarse, navegan todavía en este océano del presente algunos pocos barcos que se atreven a desafiar al poder y a la muerte, manteniendo firmes sus convicciones.
Coincido con ese llamado a llevar una pizca de humanidad hacia los horizontes lejanos. Sin embargo, me pregunto si en esa noble intención de salvar el mundo no estaremos dejando atrás a nuestros pobres cotidianos: esos que conocemos por su nombre, los que extienden sus manos frente a los supermercados o se refugian en un cajero automático para pasar la noche, del que serán desalojados al amanecer sin que a nadie le tiemble el pulso.
¿Quién es el pobre? A veces la respuesta es evidente, pero otras se vuelve inquietantemente difusa. No es el dinero el que define la verdadera pobreza. He visto mendigos llegar en autos relucientes, y he visto ricos arrastrar el alma como si llevaran cadenas invisibles. La pobreza más dura no siempre es la del bolsillo, sino la de la libertad interior, cuando la persona queda esclavizada por el deseo, la apariencia o la soledad.
San Francisco de Asís nos dejó un consejo luminoso:
“Comienza por hacer lo necesario, luego lo posible, y de repente estarás haciendo lo imposible.”
Pero hoy ya no sabemos qué es lo necesario. Confundimos la necesidad con el deseo, y en este tiempo el deseo gobierna. Todo deseo exige ser satisfecho de inmediato, y así, sin notarlo, nos convertimos en sus siervos.
Charles Dickens lo expresó con crudeza: “La pobreza es la peor forma de violencia.” Basta mirar alrededor. Está ahí, aunque algunos prefieran que permanezca oculta detrás de las pantallas que nos distraen. Este es el momento de mirar detrás del telón, donde se escribe la verdadera escena.
Ninguna muerte puede disfrazarse de libertad o de justicia. Ninguna guerra puede justificarse desde la comodidad de un escritorio. Cada vida tiene un nombre, una voz, un sueño.
Yo me niego a renunciar. Me niego a dejar de preferir, como Serrat:
“Bailar a desfilar…
Amar a querer…
Hacer a pensar
Tomar a pedir
Antes que nada (yo también) soy
Partidario de vivir.”