Determinada extrema derecha europea, entre la que destaca la franquicia española del putinismo, Vox, dice que está librando una “batalla cultural” contra la cultura “woke” y la supuesta perversión de nuestros valores y principios occidentales, pero realmente en lo que se han convertido es en una “quinta columna” de los mayores enemigos de la Europa democrática, entre los que destaca con fuerza el presidente Donald Trump.
El término “revolución cultural” fue patentado y reivindicado por el pseudointelectual Agustín Laje, quien en su obra La batalla cultural pretende mostrarnos que el mundo actual se debate en una lucha entre el bien y el mal, entre la superioridad moral de la “nueva derecha” -extrema derecha trumpista- y la perfidia de todos los demás, incluidos los liberales. Laje, que es un alevín probeta del movimiento político impulsado por Javier Milei en Argentina, pretende dictar catedra con su “batalla cultural” contra la izquierda y cómo la misma es superior moralmente porque los valores que inspiran a la misma emanan de la cultura occidental, en un pensamiento etnicista y con ciertos tintes racistas. Todo lo que está fuera de nuestro radar de acción occidental es una vulgar patraña y un calculado embuste para engañar a las buenas gentes.
Esta cuestión de la “batalla cultural”, paradójicamente, fue acuñada por el pensador y filósofo de izquierdas Antonio Gramsci y desarrollada en sus famosos Cuadernos de la cárcel, donde llama a la izquierda a dar la lucha en los terrenos de la cultura, la educación y la formación. La derecha, según Laje y otros intelectuales de la “nueva derecha”, ha perdido la “batalla cultural” frente a la nueva izquierda y, desde entonces, el mundo vive en la oscuridad de las tinieblas de la depravación, la corrupción y el vicio desenfrenado, del que supuestamente ellos con su luz eterna nos sacarán para siempre.
Para ellos, tal como ahora nos sugieren Donald Trump, Viktor Orbán y el mismo Santiago Abascal, hacen falta grandes líderes que sepan conducir a sus pueblos y guiarlos hasta el destino luminoso que los depara bajo su liderazgo, a pesar de que nadie los haya elegido y llamado para ese destino. Entre los líderes que admira esa “nueva derecha” brilla con luz propia, por supuesto, el presidente ruso, Vladimir Putin, un autócrata que nunca ha sido elegido en unas elecciones democráticas y para quien el fin en sí mismo justifica todos los medios, incluido el asesinato de sus adversarios, la persecución de todos los disidentes y medios de libre expresión y el exterminio en masa de aquellos que no comparten su pesadilla totalitaria.
En su nefando credo, Volodími Zelenski es un líder blando, flojo y no apto para el ejercicio del cargo porque, precisamente, encarna todo lo contrario de lo que es Putin: es un demócrata convencido que tolera la crítica y no persigue a sus adversarios. Aparte de eso, es judío, lo que faltaba. Esto explica el porqué del ciego apoyo de Trump a la causa rusa y su desprecio por los ucranianos, a los que intenta imponer una injusta paz y la entrega de una buena parte de sus territorios -cuatro departamentos del país, casi el 20% de su territorio- a la satrapía rusa. Crimea ya se da por perdida de antemano.
La felonía a Ucrania
Aparte de jugar a la carta rusa, esta “nueva derecha”, que tiene “franquicias” en España, Portugal, Italia, Alemania y Hungría, entre otros países, pretende destruir la Unión Europea (UE) desde dentro, tal como lo intenta permanentemente el primer ministro húngaro, el ya citado Orbán, para así, con una Europa dividida y anulada, volver al mundo de las esferas de influencia entre los Estados Unidos, Rusia y China, donde sí hay verdaderos líderes y no esa cuadrilla de “decadentes” líderes europeos.
En definitiva, si se consuma la felonía a Ucrania, tal como parece y hemos escuchado repetidamente a altos cargos de la administración norteamericana, la Europa democrática y liberal saldrá derrotada, tullida y, en cierta medida, aniquilada. Y, quizá, de esa derrota, auspiciada por esa “nueva derecha” y nuestra “quinta columna” local, no nos recuperaremos en muchos años y el continente será pasto para nuevas y seguras amenazas que devendrán en conflictos e inciertas turbulencias. Asistimos una suerte de resurrección de la cumbre de Yalta, en que las grandes potencias de entonces -Rusia, Reino Unido y la extinta URSS- se dividieron Europa en áreas de influencia durante casi medio siglo hasta llegar al megacaos actual fomentado por la administración Trump, que se apresta a abandonar sus principios y valores democráticos y occidentales atlantistas por la ley de la selva. Eso sí que es una “revolución cultural” y no la de Gramsci. ¿Habrán ganado la “batalla cultural” estos fascistas genuinos?