El Ajax de Ámsterdam, el equipo de Johan Cruyff, se llama así en honor del guerrero griego Áyax. En su escudo actual aparece su efigie delineada en once trazos que representan a los once jugadores.
Áyax, rey de Salamina, rescató el cuerpo de Aquiles en la batalla de Troya y según la tradición le correspondía el honor de quedarse con sus armas. Según relata la Odisea esto no ocurrió, pues los capitanes de los aqueos decidieron por votación que le correspondían a Ulises. Áyax, en un acto de soberbia y desesperación, se quito la vida con su propia espada. Este episodio ha sido objeto de múltiples interpretaciones a lo largo de la historia.
Jean Starobinski en ‘La espada de Áyax’ (citado por Gil Bera en ‘La sentencia de las armas’) considera este episodio como el precursor de la democracia:
«El haber tomado acuerdo sobre las armas de Aquiles por mayoría de sufragios tiene valor de símbolo. La fuerza y sus instrumentos pasan a ser un elemento subordinado. Las armas, instrumentos de violencia, son ciertamente los objetos más disputados; pero al ir a adjudicarlas, la palabra es la que zanja, y el cómputo de votos. El debate en torno a las armas, sin romper con una sociedad feudal y guerrera, prefigura la deliberación de la sociedad democrática».
La narración de este episodio en la Odisea resulta un tanto equívoca, pues los méritos de Ulises como guerrero eran inferiores a los de Áyax y hace pasar a este como presa de la locura frente a la astucia del protagonista odiseico. Píndaro o Sófocles, se rebelan contra esta interpretación, considerando que la fuerza del héroe ha de prevalecer. Esta disyuntiva ha permanecido sin resolver a lo largo de la historia, aunque los líderes astutos, quizás debemos llamarles ‘tramposos’, han ido ganando este pulso. A nuestra actualidad me remito.