Una interesante visita que recomiendo hacer en Madrid a cualquier persona que sea un poco curiosa o con ganas de descubrir el mundo que nos rodea, es al Instituto Geográfico Nacional (IGN), situado en la Calle del General Ibáñez de Ibero, número 3, en el distrito de Chamberí.
La experiencia sorprende porque la sede de esta institución es un pequeño y discreto edificio de ladrillo, erigido en el primer tercio del siglo XX, dentro del cual hay todo un universo de planos, mapas históricos y talleres de impresión, junto a otras instalaciones mucho más modernas destinadas a la vigilancia sísmica y volcánica, así como a mantener actualizada la cartografía oficial de España y recibir datos precisos de los satélites.
Confieso que siempre me han fascinado los planos y los mapas. Desde mi infancia, plagada de libros de aventuras en los que el mapa del tesoro era el elemento clave de la acción, hasta aquella etapa académica en la que defendí mi tesis doctoral sobre los libros de viaje por España entre 1808 y 1833. Es lógico, por tanto, que una reproducción del plano de Madrid del portugués Pedro Texeira cuelgue hoy en una pared de mi casa, justo al lado de la pantalla plana del televisor.
En la página web del IGN hay una aplicación de comparación de mapas y otra en la que se superponen capas cartográficas al plano de Texeira que reproduce el Madrid de 1656: el callejero actual, los “viajes” (conducciones subterráneas) del agua descritos en el Fuero de Madrid de 1202, entre otras. Lo más fascinante de esta aplicación es ver cómo cambia nuestra percepción de las calles que atravesamos cada día cuando las observamos desde otra perspectiva.
Es innegable la evolución que ha experimentado Madrid desde su origen en el año 865, cuando Muhammed I ordenó construir una alcazaba en la aldea de Mayrit, a orillas del río Manzanares, hasta el día de hoy. Pero la gran transformación de Madrid empieza cuando Felipe II traslada su Corte en 1561 desde Toledo a la actual capital de España… Y todo este cambio se refleja en sus mapas.
En el plano de Texeira vemos, por ejemplo, cómo en 1656 la plazuela de Santo Domingo estaba adornada por una hermosa fuente que luego fue derruida en el siglo XIX, rematada con una figura de Venus. En la misma zona, la calle Leganitos aparecía plagada de huertas (la misma palabra viene del árabe alganet, que significa huerta) y desembocaba en un puente desde el que se podía acceder a la pequeña calle de los dos amigos (que todavía existe, aunque sus protagonistas fueran Gabino y Guillén, dos niños huérfanos del Madrid del siglo XIV), a través de la cual se llegaba -torciendo a la derecha- a la plazuela del Gato, que hoy solo conserva el nombre de plaza porque ha quedado en un cruce de calles y tampoco se llama del Gato, sino del conde de Toreno. Allí estaba la antigua sede del Noviciado de San Ignacio de la Compañía de Jesús que, tras la desamortización de Mendizábal, se usó como cuartel de ingenieros militares y desde 1843 fue remodelada para constituir la sede de la “Docta” Universidad Central de Madrid (la única que a mediados del siglo XIX podía dar el título de doctor), llegando a ser durante cinco años sede de la Asamblea de Madrid.
Precisamente desde ese mismo edificio del Noviciado, en el año 1615 salía la Ronda Nocturna que recorría las calles de Madrid, formada por tres miembros de la Hermandad del Refugio, que portaban un farol y una cesta de avituallamientos, entre ellos necesariamente pan y huevo, con los que socorrer a personas enfermas y desamparadas que encontraban por las oscuras calles de la Capital del Reino.
Los planos históricos de Madrid son fascinantes para explorar los cambios en nuestra ciudad. Son como sucesivas fotografías hechas por un viajero en el tiempo. Puedes encontrar los mapas más antiguos que muestran la disposición de las murallas medievales que rodeaban la ciudad; puedes observar cómo muchas fuentes han cambiado de ubicación con el tiempo y puedes observar la expansión del núcleo urbano, convirtiendo huertas en nuevos barrios.
Hoy nuestro Madrid sigue en evolución, y ¡Ay de los madrileños! -propios y foráneos, porque en Madrid todos somos madrileños-, si algún día esa transformación se frena.