Crónica en sepia

El arte de vestir la mesa

En estas fechas navideñas, las redes sociales nos bombardean con consejos útiles para vestir una mesa. Dejar volar la imaginación y el buen gusto, crear ambientes únicos, mezclar vajillas heredadas con otras más modernas pintadas a mano. Candelabros, flores.

A finales del siglo XIX y comienzos del XX, cuando se invitaba a un banquete, los opulentos sacaban de armarios y alacenas lo mejor que atesoraban. Candelabros de oro repujado, cubertería de oro, diversas vajillas entremezcladas, cristalerías de Bohemia y La Granja, y un buen mantel.

Al menos veinte criados servían la mesa. La lista de manjares escrita a mano en pergamino y al pie, fecha y nombre del anfitrión. Varias sopas, diez ordubres, cuatro tipos de pescado, varios asados, ensaladas, postres. Ordubre no es palabra castellana, es una adaptación del francés hors-dóeuvre que significa “fuera de obra”. Son ordubres los cogollos tiernos de apio con sal y mantequilla, el melón cortado a trocitos que se colocan en copa elegante tapizada de hojas de parra; aceitunas y pepinillos; arenques y un sinfín de delicias más. 

Las damas de la nobleza y alta burguesía compiten con las mujeres de embajadores y adornan sus mesas con gran lujo, colocando espejos con orla de plata donde se reflejan figuras de porcelana y violeteros de cristal tallado conteniendo flores.

Otras prefieren poner en el centro de la mesa un carro de porcelana del Retiro sobre alfombra de flores.

Los duques de Santa Clara muestran un comedor repleto de objetos de plata labrada. La mesa con angelitos de plata que rodea una corona ducal sobre cristal,  iluminada interiormente.

La duquesa de Parcent, Trinidad Scholz, en su palacio de la calle de San Bernardo, varía con frecuencia la decoración de su mesa. Podía ser un llamativo centro formado por un templete de porcelana del Retiro iluminado en su interior y alrededor una colección de figuras de Viena, o presentaba frutas frescas con un fino baño de oro.

Aunque en la mayoría de las casas aristocráticas contaban con un cocinero y varios pinches, si algún plato especial se ponía de moda, lo hacían servir por el creador, como es el caso de Lhardy y su lenguado al champán. Este cocinero y repostero francés se desplazaba a las residencias de sus opulentos clientes cuando era requerido y, aparte del plato solicitado, servía en conchas de china con bordes dorados, unos quesitos helados.

No hay que olvidar la importancia del mantel. Se cuenta que los marqueses de Linares poseían el mantel más caro y lujoso, que adquirieron por más de diez mil pesetas en el año 1888 y nunca lo estrenaron. De encaje, entredoses y cintas de seda con diferentes matices. Las servilletas eran minúsculas y bordadas.

En 1912 fue famosa una comida en el palacio de los señores Lázaro Galdiano. La mesa vestida con mantel blanco, adornada con estatuillas de bronce representando damas de la época de Luis XVI, en medio de lilas blancas, muguets y azucenas. La anfitriona entonaba con la decoración: vestido de encaje sobre fondo gris plata y se adornaba con brillantes y perlas.

Esa época no se volverá a repetir. Admirables los anfitriones que nunca tuvieron patrocinadores.