El ministro de Transportes, Óscar Puente, se enfrenta a una tormenta política y social tras la cascada de incidentes registrados en la red ferroviaria española durante el último año. Incendios que paralizaron líneas enteras, trenes bloqueados sin luz ni aire acondicionado a más de 40 grados, cortes eléctricos en catenarias y descarrilamientos han dejado a miles de pasajeros atrapados, en medio de un sistema que parece más frágil que nunca.
Lo paradójico, señalan críticos y analistas, es que Puente declaró hace apenas un año en el Senado que “el tren vive en España el mejor momento de su historia”. Una frase que, a juicio del economista José Ramón Riera, ha quedado grabada como un símbolo de desconexión entre propaganda y realidad: “Abrir la boca y multiplicar el problema por dos, por tres o por cuatro”.
Los testimonios de viajeros, las imágenes de convoyes detenidos durante horas y las denuncias ciudadanas reflejan un deterioro estructural del servicio ferroviario. No se trata de incidentes aislados, sino de un caos recurrente que pone en duda tanto la inversión pública en infraestructuras como la capacidad de gestión del propio Ministerio.
La oposición exige explicaciones y acusa a Puente de “ser el ministro de las averías”, mientras en el seno del Ejecutivo se insiste en que la modernización de la red está en marcha. Sin embargo, los usuarios perciben lo contrario: retrasos crónicos, deficiencias técnicas y un servicio público que, lejos de ser un referente de modernidad, parece haberse estancado.
El contraste entre la declaración triunfalista de hace un año y los hechos actuales ha convertido a Puente en blanco de duras críticas. Para muchos ciudadanos, subirse a un tren de alta velocidad hoy equivale a un viaje al pasado, donde los trayectos tardan casi lo mismo que hace medio siglo.
La frase que pretendía marcar un logro político se ha convertido en un boomerang que resume el sentir de gran parte de los usuarios: el tren en España no avanza, descarrila.