En tiempos en que las redes sociales extienden los bulos pseudocientíficos, la ciencia auténtica cobra una importancia fundamental. La Ciencia es incómoda para los poderosos, porque los desnuda a los ojos de los ciudadanos, y como en la fábula de Andersen, por mucho que el emperador asegure que lleva un traje nuevo, nosotros sabemos que va desnudo. Las noticias científicas falsas no salen de la nada, suelen ser creadas por grupos de poder que hacen negocios a costa de nuestra salud, o a costa de dañar el clima y destruir el planeta. Es el caso de las compañías petroleras americanas, que financiaron durante décadas falsos estudios científicos que negaban el cambio climático, o el de las compañías tabaqueras que hicieron lo propio negando los efectos letales del tabaco. Por eso hay gobernantes, como Donald Trump, que odian la Ciencia y lo primero que hacen al llegar al poder es suprimir las ayudas al sector, expulsando a muchos científicos del país. Sin embargo, sin Ciencia no hay progreso, y lo pudimos comprobar cuando en la crisis de 2008, en España se redujeron al mínimo las ayudas a la Ciencia, y lejos de impulsar la economía, lo que se consiguió fue agravar los efectos de la crisis.
Pues bien, no todos los gobernantes le han tenido miedo a la Ciencia. Hubo un rey que amó la ciencia y creyó en ella hasta el final de sus días: estoy hablando de Felipe II. A diferencia de su padre, Carlos I, que dedicó su talento a ganar batallas para consolidar el Imperio, y a diferencia de sus sucesores, Felipe III, Felipe IV y Carlos II, que no prestaron un gran interés a la investigación, Felipe II se rodeó de científicos e impulsó la investigación en muy diversos campos: las matemáticas, la geografía, la cosmografía, la ingeniería naval, la botánica…. Fue el gran príncipe del Renacimiento europeo.
Felipe II de España (1527-1598) intuyó que en la naturaleza estaba el remedio a los males y las enfermedades que padecemos los humanos, por eso encargó a sus científicos-jardineros Jerónimo de Algora y Gregorio de los Ríos que crearan jardines donde nunca faltaran las más variadas plantas medicinales. El rey jardinero, creador de media docena de jardines en el entorno del palacio-monasterio de El Escorial, mandó hacer otra media docena de jardines en las cercanías del real alcázar de Madrid, y uno de ellos, la Huerta de la Partida, era exclusivamente para plantas medicinales. Estas plantas surtían a la botica de palacio, donde se investigaba el remedio para las enfermedades. En esta línea, encargó estudios para remediar la enfermedad de la peste y promovió el análisis de las aguas potables. Asimismo, mandó proteger los bosques castellanos, siendo considerado por el historiador Henri Kamen como un rey ecologista.
Fue el primer rey en interesarse por los inventos de Leonardo Da Vinci, encargando a Pompeo Leoni que le trajera de Italia los códices de ingeniería creados por este gran inventor. Creó la cátedra de Cosmografía en la sevillana Casa de Contratación. Fundó la primera academia de Matemáticas de Europa, encargándosela al gran arquitecto Juan de Herrera. Creó la Biblioteca de El Escorial, dirigida por Arias Montano, en las que el saber humano se agrupaba en 74 materias, de las cuales 21 eran de tema científico. Patrocinó la Historia natural y moral de las Indias. Protegió a un científico español notabilísimo: Jerónimo de Ayanz y Beaumont. Ayanz fue primeramente militar, al servicio del rey, creando el Camino Español, y salvando a Felipe II de un atentado perpetrado por los franceses. Con el tiempo, Ayanz llegó a crear inventos tan sorprendentes como una máquina de vapor moderna, un submarino, un traje de bucear, una máquina para desaguar los barcos, un horno para destilar agua marina en los navíos, un aparato de aire acondicionado para refrescar las minas, etc.
El rey científico, al igual que su padre, fue un gran aficionado a la relojería, y encargó al gran inventor Juanelo Turriano la construcción de muñecos autómatas que fueron un claro precedente de la robótica.
Consciente de que el gran problema de Toledo y Madrid era el aislamiento geográfico y la lejanía de los puertos marítimos, pidió al ingeniero Juan Bautista Antonelli un proyecto de canalización para unir Toledo con Lisboa siguiendo el curso del Tajo, un proyecto que finalmente no se llevó a cabo; pero nos quedaron sus estudios para mejorar la navegabilidad de los principales ríos españoles.
A diferencia de algunas mentes estrechas de su época, el rey científico y católico no halló ninguna contradicción entre la ciencia y la religión. El conocimiento científico no interfería con la fe. Su gran obra de El Escorial se hizo siguiendo las reglas de la matemática y la geometría sagradas.
Felipe II le hizo a Madrid el mayor de los regalos, nombrarla capital de España, y promovió dos de los espacios más representativos de la ciudad: el Paseo del Prado y la Plaza Mayor. Pese a todo, Madrid no ha sabido honrar debidamente al monarca, como no ha sabido honrar debidamente a la mayoría de sus hijos ilustres. En el pasado se le adjudicó a Felipe II una calle, la calle del Príncipe. Más tarde se le otorgó una plaza, la plaza de Rey. Observe el lector que en ambos casos se omite el nombre del príncipe y el del rey. Este despropósito se trató de subsanar mediado el siglo XX, creándose la Avenida de Felipe II, antigua avenida de la Plaza de Toros. Pues bien, no había terminado el siglo XX, cuando dos terceras partes de dicha avenida se transformaron en la plaza de Dalí. Fue igualmente a mediados del siglo XX cuando se colocó una estatua de Felipe II, en la plaza de la Almudena. ¿Alguien sabe a dónde fue a parar esa estatua?