Mi abuela solía contarme el cuento de La jura de Santa Gadea todos los veranos. Me encantaba. Imagínese el lector: un miembro de la baja nobleza, Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, osando hacer jurar al rey Alfonso VI que él no había asesinado a su hermano Sancho II. Cuál no sería mi disgusto al enterarme, años después, de que dicha historia nunca sucedió, sino que es una leyenda medieval.
Por supuesto, como toda leyenda, esta contiene elementos reales y se basa en un contexto histórico que es igualmente fascinante. Al morir, el rey Fernando I de León deja en herencia Castilla a su hijo Sancho, Galicia a su hijo García y León a su hijo Alfonso. Este reparto indigna a Sancho, pues lo habitual era que el primogénito heredara todos los territorios para así no dividir el patrimonio familiar. Motivado por esta injusticia, Sancho, en alianza con Alfonso, arrebata el reino de Galicia a su hermano García. Sin embargo, esta unión fraternal es puramente instrumental, ya que, poco después, Sancho se vuelve contra Alfonso y consigue hacerse también con el reino de León. Sus deseos de expansión lo llevan luego hasta Zamora, territorio heredado por su hermana Urraca; no obstante, allí es asesinado y, de este modo, todos los territorios que había conquistado Sancho pasan a ser de Alfonso.
En este contexto surge la leyenda. El Cid, el guerrero más leal de Sancho II, consternado por su muerte, obliga a Alfonso VI a jurar en la iglesia de Santa Gadea de Burgos que él no ha tenido nada que ver con la organización del asesinato de su hermano. Tenemos que entender que, según las relaciones de vasallaje de la época, el hecho de que un infanzón, un guerrero, obligue a jurar algo a un rey supone una gran deshonra para el rey. Ante esta situación, Alfonso VI accede a realizar el juramento para demostrar su inocencia, pero después destierra al Cid como castigo por su osadía y por la deshonra.
Si nos vamos al único manuscrito que se conserva del Cantar de Mío Cid, comprobaremos que falta una página fundamental, la primera. Nos vemos forzados, entonces, a iniciar la trama en la segunda página con el icónico pleonasmo Delos sos oios tan fuerte mientre lorando. Es decir, el Cid llora porque lo acaban de desterrar, pero, como falta la página anterior, nos falta también la explicación de por qué ha sido desterrado.
Siempre quise creer que la leyenda de la Jura de Santa Gadea es la historia que se narraba en esa primera página perdida del manuscrito. A modo de consolación, podemos indagar en la Historia cuál fue el motivo por el que el Cid fue enviado al exilio en la vida real. Sin embargo, el Cantar de Mío Cid no es un relato histórico, es un relato literario y, como tal, incorpora una buena cantidad de elementos ficcionalizados e inventados. De este modo, nunca sabremos si el autor del cantar había seleccionado el motivo real del destierro del Cid o había inventado otro tan bonito y literario como la Jura de Santa Gadea. Me temo que este es un misterio que permanecerá sin resolver.