Algunos poetas destacan por su habilidad para capturar la esencia de la noche y la muerte en sus versos. Anna Ajmátova es uno de estos poetas, cuya obra está impregnada de una profunda conexión con la oscuridad y el silencio que traen consigo la noche y la muerte.
En los poemas de Ajmátova, la noche es más que una simple ausencia de iluminación; es un momento magistral y sapiente que sugiere una experiencia cíclica y una espera ansiosa por su llegada. La noche, equiparada al momento de la muerte, se convierte en el momento más deseado y sagrado para la poeta. Es en este escenario nocturno donde se gesta su búsqueda por la palabra, un deseo suspendido en el tiempo y cargado de significado íntimo y profundo.
Desde el inicio de su poesía, la idea de la muerte como perfección se presenta como un tema recurrente. Este concepto se relaciona directamente con las condiciones de oscuridad y resistencia que marcan su obra. La oscuridad de la noche y la muerte se entrelaza con el aspecto lúgubre de su poesía, creando un ambiente cargado de misterio y profundidad. Esta oscuridad se fusiona con la resistencia del mutismo, que la poeta adopta como respuesta a su incredulidad sobre las posibilidades expresivas del lenguaje.
Anna Ajmátova se ve como una extraña hacia la muerte, una que está sucumbiendo. Esta declaración sugiere que la poeta concibe su creación en torno a ideas estéticas relacionadas con la muerte, la degradación de la existencia y la poetización del uso de la palabra como un acto poético. Además, las expresiones paradójicas que dominan su vida se entrelazan con su obra.
Al visualizarse como extranjera, revela que siempre se sintió ajena, incluso en su propia tierra, lo que llevó a una pérdida de sentido de pertenencia y una mayor desconexión con su entorno. Es posible que esta sensación de extrañeza sea una razón fundamental por la cual la poeta opta por construir otras realidades a través de la palabra, donde solo la relación con el lenguaje importa.