ARS GRATIA ARTIS

Gaudí y la Sagrada Familia

La Sagrada Familia de Gaudí, continúa escalando el cielo y haciendo viva la presencia del arquitecto que sigue despertando un interés creciente en estos tiempos de la inteligencia artificial sin que se opaque su estela. Atrás quedan los años en los que Gaudí, inmerecidamente no gozaba de la consideración de sus compañeros de profesión, pero ese tiempo fue solamente un suspiro y afortunadamente ya ocupa el lugar que le corresponde con el reconocimiento global de las últimas décadas. Su poliédrica personalidad y su simbólica arquitectura se han sobrepuesto a todas las modas, movimientos y tendencias, resultando de interés todo lo que le atañe, y la curiosidad se acrecienta con las investigaciones que permiten analizar al autor y su obra  desde otras visiones.

Continuamente nos encontramos con noticias que puntualmente informan de la marcha y complejidad de las obras de la Sagrada Familia y las dificultades para adaptarla a lo que inicialmente había ideado Gaudí; ahora ya en la últimas fases de su construcción, en el largo recorrido del magno proyecto iniciado en 1882 el arquitecto contó, en esa y otras ocasiones con diferentes perfiles de colaboradores; aceptaba ideas y propuestas por muy sencillas que fuesen y en cuanto a los que le acompañaron en la aventura de la Sagrada Familia quiero recordar a quien fue uno de los más jóvenes de los sucesivos equipos: Pau Badía Ripoll (Miravet, 1887- Barcelona, 1977) escultor que en el entorno de los años 1910-1911 participó en los trabajos de construcción del templo llevando a cabo labores de decoración; era sobrino del también escultor Carlos Maní y el temprano artista se iniciaba por entonces en el mundo de la escultura, teniendo la oportunidad de documentar aspectos puntuales de la evolución del templo. La cercanía con Gaudí y la admiración profesada le llevarán a realizar un busto del arquitecto y con posterioridad, el Monumento a Antoni Gaudí ubicado en la Colonia Güell, en Santa Coloma de Cervelló, uno de los últimos trabajos de la indudablemente interesante y escasa obra de este escultor. 

Es preciso situar a Gaudí en un plano acorde con su realidad y las circunstancias de su época que permitieron en aquellos años la implantación de nuevos lenguajes estéticos, de específicas ideologías confluyentes con el desarrollo de su arquitectura que además incluía ya en sus primeras etapas como la orientalista, incorporaciones de materiales novedosos. Los primeros encargos: tanto la casa Vicens (1883-1885) como los Pabellones Güell (1883-1887), ya muestran el empleo de la cerámica, el hierro o los prefabricados. De aquellos momentos cabe destacar la gran transformación social y urbanística que tenía como epicentro la ciudad de Barcelona; cambios derivados de la eclosión de una burguesía culta y cosmopolita que aspiraba a una nueva trascendencia y que se verá personalizada por medio de unos gustos estéticos que arraigan en una nueva forma de vivir y pensar.

El resultado más representativo lo veremos en las viviendas diseñadas para esa burguesía poderosa, consciente de su papel en una sociedad, que aspiraba a dejar huella y que eran encargadas a arquitectos de vanguardia. En la denominada manzana de la discordia, en el Paseo de Gracia, conformada por los edificios Amatller, de Puig i Cadafalch; Lleó Morera, de Lluís Domènech i Montaner; Bonet, de Marceliano Coquillat; Mulleras, de Enric Sagnier, y por añadidura la Casa Batlló (1904-1906) de Gaudí, encontramos el mejor ejemplo de la pujanza arquitectónica y social de aquellos años.

Situado en el centro de la modernidad de su tiempo, Gaudí, llevaba consigo una sólida formación; había conocido la obra y teorías de Viollet-le-Duc, estaba esencialmente  ligado al modernismo del que ya era uno de los grandes referentes. En cuanto a su modo de ser, no fue el personaje  que nos han descrito, solitario y místico; por el alcance de su arquitectura y la efervescente actividad desempeñada, se pueden intuir otras cualidades seguramente mucho más mundanas y persuasivas, necesarias para la consecución de tan ambiciosos objetivos, aun cuando su obstinada determinación le llevase, en ciertos momentos, a la incomprensión o a la confrontación con sus clientes. Pero a pesar de todas las batallas que librará el gran arquitecto y de los diferentes puntos de ubicación de sus proyectos: Casa Botines (León), Palacio Episcopal (Astorga), La Seu (Palma de Mallorca), el contexto ideal para su obra fue Barcelona; la ciudad en pleno proceso de renovación lograba concretar entre la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, una nueva fisonomía reflejada en el Ensanche y con la naciente Sagrada Familia de incierto e insospechado futuro, ahora ejemplos permanentes de un pasado mejor.

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