Crónicas Mexas

Corrupción: un monstruo binacional

En México, la corrupción no es solo un acto ilegal: es casi una cultura. Desde el “moche” al policía de tránsito hasta los desfalcos multimillonarios en gobiernos estatales, el monstruo crece porque siempre encuentra cómplices dispuestos a alimentarlo. Pareciera que en México la corrupción es una herencia que se pasa como recetas familiares.

Los escándalos no faltan: gobernadores prófugos, desvío de recursos públicos, obras inconclusas convertidas en monumentos al despilfarro. La famosa frase “robó, pero hizo obras” revela la resignación de un país que, a fuerza de golpes, ha aprendido a normalizar lo anormal.

Y es que, aunque existen instituciones anticorrupción, los índices siguen siendo demoledores. México ocupa lugares preocupantes en los rankings internacionales. La justicia llega tarde, mal o nunca. Mientras tanto, cada caso nuevo es recibido con memes en redes sociales, como si el humor fuera la única catarsis ante tanto cinismo.

En España, la corrupción se viste de trajes finos y se mueve en despachos alfombrados. Basta pronunciar nombres como Santos Cerdán, José Luis Ábalos… y se forma un catálogo de casos que parecería sacado de una novela negra.

En los últimos años, políticos de todos los colores han sido imputados o condenados. Y aunque España cuenta con instituciones fuertes, como jueces independientes y prensa combativa, el hedor de los sobresueldos y las comisiones ilegales sigue flotando en el ambiente.

Los españoles viven con la amarga sensación de que siempre “hay alguien detrás” que se enriquece con dinero público. La desafección política se multiplica, y no faltan quienes suspiran diciendo: “Son todos iguales”. Una frase que, en sí misma, es otra derrota.

México y España comparten algo más que el idioma: comparten la herida de la corrupción. En México, la corrupción es descarada y popular; en España, sofisticada y de cuello blanco. Pero en ambos países, el daño es el mismo: hospitales sin medicinas, escuelas sin techos, carreteras sin concluir, y ciudadanos cada vez más desconfiados de quienes deberían servirles.

Mientras tanto, los verdaderos arquitectos de estos fraudes suelen seguir libres, blindados por redes de favores y por el tiempo, ese cómplice silencioso que borra escándalos de la memoria colectiva. Porque, al final, la corrupción es como un agujero negro: todo lo absorbe, desde el dinero hasta la esperanza.

Quizá algún día estos dos países se decidan a romper con la corrupción, el presidente español presenta un plan anticorrupción, mientras que México y España huelen a podrido ya que, los dos países compartieron negocios con el empresario Víctor de Aldama cuya reputación esta por los suelos en España y en México empieza a hacer ruido. Mientras tanto, seguiremos escribiendo, con la certeza de que toda acción, tarde o temprano, lleva su reacción.