“Vivió el expediente dos meses en informe, y vino tan informado como era de esperar”, escribió Larra en su famoso artículo “Vuelva usted mañana”, en el que denunciaba la pereza de la administración española en 1833, que no permitía resolver los expedientes sino después de muchos paseos de ventanilla en ventanilla.
En su memorable artículo, Fígaro dibujaba una administración llena de recovecos y mesas funcionariales, en la que el administrado tenía muy pocas opciones -más bien ninguna- de concluir sus trámites en un mismo día. Algunos párrafos son dignos de una lectura reposada: “Vuelto de informe, se cayó en la cuenta en la sección de nuestra bendita oficina de que el tal expediente no correspondía a aquel ramo; era preciso rectificar este pequeño error; pasose al ramo, establecimiento y mesa correspondiente, y hétenos caminando después de tres meses a la cola siempre de nuestro expediente, como hurón que busca el conejo, y sin poderlo sacar muerto ni vivo de la huronera”.

Doscientos años después de aquel artículo, la administración española ha cambiado sustancialmente. Tenemos una administración “casi” del siglo XXI. Los trámites se han acortado, la ley establece plazos máximos de resolución de expedientes, los formularios tienen su número correspondiente, hay sillas donde esperar a que te salga el numerito para ser atendido… y prácticamente no hay ventanillas, porque se ha impuesto la cita previa digital que, si bien no elimina las colas, las ordena maravillosamente, sobre todo para los funcionarios, que tienen un número tasado de citas en su jornada laboral y pueden planificar mejor la hora del café.
No resulta disparatado pensar que, si hoy levantara la cabeza, Mariano José de Larra podría escribir un nuevo y tronchante artículo sobre una administración ordenada, informatizada, automatizada… e igualmente molesta para el administrado. Mi propuesta a Larra sería que titulara ese artículo “Administración IKEA”… Ahora les explicaré por qué.
Donde antes había covachuelas, un laberinto de papeles, tinteros resecos y funcionarios con alma de archivero que tan bien describió Galdós en su novela “Miau” y donde la burocracia no era sólo obstáculo, sino argumento vital, tragedia doméstica y sátira nacional, hoy hay módulos blancos, pantallas de autoservicio y un alma institucional de melamina prensada.
Todo limpio, todo bonito, todo desmontable. Hemos pasado de la Administración de pasillos sombríos y polvorientos a otra en la que el ciudadano está obligado a tener wifi y hacérselo todo: una Administración de autoservicio, carpetas digitales, manual de instrucciones confuso, y siempre alguna pieza que no encaja. Ya no te peleas con el funcionario… Te peleas con un programa informático que ni te oye ni te responde… Y dentro de poco te pelearás con una IA… pero sigues pagando las tasas y encima estás obligado a pagar tus datos, tu ordenador y tu móvil…

Además, todo es ahora ¡¡¡transparente!!! Las paredes de cristal de la administración permiten al ciudadano ver cómo funcionan los trámites. Hasta aquel cafecito de la mañana que en tiempos de Larra nadie sabía lo que podía durar, hoy está regulado en una Resolución de la Secretaría de Estado de Administraciones Públicas que, curiosamente, tiene fecha de 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes. En su artículo tercero podemos leer que el empleado público podrá disfrutar de una pausa de 30 minutos, que no podrá afectar a la prestación de los servicios, y que ha de efectuarse, con carácter general, entre las 10 horas y las 12,30 horas.
Todo transparente, todo proactivo, todo con perspectiva de género, todo genial… Y si algo no funciona bien -nadie es perfecto- tenemos ambiciosas estrategias de reforma y modernización, la última de los cuales se ha conocido el pasado 21 de julio de la mano del Ministerio para la Transformación Digital y de la Función Pública.
Al parecer, la nueva administración española se basa en tres pilares que suponen -son palabras del Ministro- “un salto de la dimensión del que se experimentó con la aparición de internet”… La frase apabulla… hasta que lees que esos tres pilares se resumen en uno: la transformación del sistema de ingreso a las escalas ejecutivas A1 y A2 de la función pública (las más altas), pasando de un sistema de oposición basado en el mérito y la capacidad, a otro de selección entre aquellos alumnos que cursen un postgrado oficial del que se desconoce todo, ni cuánto costará, ni quiénes podrán ser alumnos, ni quién hará la selección entre los que aprueben… Pero sí se sabe que esos nuevos funcionarios ostentarán un liderazgo transversal. Es cierto que nuestra Administración puede dar un gran salto con este cambio. Esperemos que no sea un gran salto al vacío.
Las otras dos patas de la reforma no son tales. Solo pequeños cambios. Uno, eliminar la obligatoriedad de la cita previa, algo que se debía haber hecho ya desde que la pandemia acabó. Y el otro, la creación de oficinas de la Administración General del Estado All in One (todo en uno). Abro un paréntesis: confieso que me molesta el uso pedante de expresiones como “SimplexES”, Comunicación “ComPAct”, “Oficina.NET”, “Gestion+”, etc. Cierro paréntesis.
Esas oficinas no añaden mucho a lo que ya hay, salvo quizás algo de caos en el funcionariado que las atienda, ya que no van a ser expertos en los trámites que allí se realicen, sino multifunción… si es que hay empleados públicos en esas oficinas, porque seguramente acaben pareciéndose a los despachos de hamburguesas low cost, con pantallitas en las que te tendrás que hacer tú mismo el pedido.
¿Pero alguien le ha preguntado al ciudadano español de a pie -no al llamado tejido social ni otras zarandajas- qué opina de nuestra Administración? ¿Alguien ha preguntado a los funcionarios? ¿Alguien se ha molestado en hablar con la gente normal para saber hacia dónde tenemos que avanzar o retroceder? ¿Qué es lo que funciona y lo que no?
Sin un diagnóstico basado en la experiencia de quiénes hacemos los trámites, hay que plantearse si la nueva Administración responderá a las necesidades de los que están arriba o de los que estamos abajo.
Quien ha intentado presentar una instancia en la sede electrónica de cualquier Ministerio sabe que la burocracia del siglo XXI ya no duerme la siesta, pero igualmente falla. Ya no hay polvo en los archivadores: hay errores de servidor. Ya no hay que volver mañana: directamente te dan cita para dentro de tres meses. Ya no se pierde tu expediente: ahora está perdido en Tu Carpeta Ciudadana digital. Ya no faltan pólizas en el expediente: ahora sobran mensajes informáticos de error. Y el camino hacia la nueva Administración no está empedrado de baldosas amarillas sino plagado de inteligencia artificial.
…Y de la vocación de servicio público ya ni hablamos.