Había en Madrid a finales del siglo XIX y comienzos del XX, un gran número de mujeres que cambiaban de oficio según la estación. Vendedoras de violetas en marzo, de lilas en mayo, de rosas en junio. Se ponían en las entradas de los teatros, con las flores colocadas en anchas cestas, húmedas siempre. Decían los cronistas que los ramitos de violeta simbolizaban cariño puro y apasionado, pero con suma delicadeza de formas.
El cuplé La Violetera, de José Padilla, se hizo popular en 1914. Un año después fue inaugurada La Violeta, confitería situada en la madrileña Plaza de Canalejas. Un local pequeño, elegante y coqueto. Su especialidad se centró en caramelos con la forma de cinco pétalos de violeta y perfumados con el aroma de esa flor. El diseño era de sus fundadores Manuel Gil y Pilar Temillo, elaborados de forma artesanal.
Los caramelos de violeta los popularizó Benito Pérez Galdós en su obra en cuatro actos “Amor y Ciencia” y los sitúa en el obrador de las monjitas de Santa Clara. Los del establecimiento La Violeta eran los preferidos del rey Alfonso XIII quien los compraba para la reina Victoria Eugenia y para la actriz Carmen Ruiz Moragas.
El dramaturgo Jacinto Benavente fue cliente fijo de las cajitas con 100 gramos de caramelos de La Violeta, que llevaba a su tertulia en el café El Gato Negro situado en la calle Príncipe. Solía llegar a las tres de la tarde, pedía café, una copita de anís y paladeaba un caramelo de violeta mientras ofrecía el contenido de la caja a sus amigas actrices, Rosario Pino e Irene Alba, entre otras.
Muchas actrices de la época recibían pequeños obsequios de admiradores, algo simbólico, de buen gusto, como los marrón glacé de La Violeta. Era el detalle perfecto para quedar bien.
En el año 2002, entré en el coqueto local para comprar dos envases de porcelana repletos de caramelos de violeta, que vi en el escaparate. En ese momento atendía a la clientela una joven empleada. Un señor de avanzada edad observaba tras el mostrador. Era un hombre de aspecto elegante y maneras exquisitas. Me dirigí directamente a él y pregunté si consideraba apropiadas esas cajitas para regalar a unas religiosas. Propuso otras y se esmeró en prepararlas para regalo. Papeles, celofán, cintas, lazos. Parecía un mago. El resultado fue espectacular.
Las religiosas se mostraron encantadas con el obsequio y una vez consumidos los caramelos, me contaron que habían dado una nueva vida a los recipientes y a los lazos.
Ya no quedan violeteras vendiendo su mercancía en la puerta de los teatros, pero se mantiene abierto el local La Violeta, negocio familiar regentado en la actualidad por las nietas de los fundadores. Destacan en los escaparates flores de violeta escarchadas con azúcar. Un dulce más caro que los caramelos, para bolsillos rumbosos. La fórmula exacta solo la conocen ellas.
Los caramelos artesanos de violeta son un símbolo de Madrid. La Violeta cumple ahora 110 años de existencia. Este tipo de establecimientos no debería desaparecer nunca.