Anécdotas literarias de Madrid

Tomás Luceño y Becerra y el costumbrismo madrileño

Tomás Luceño y Becerra
photo_camera Tomás Luceño y Becerra

Nació en Madrid en 1844 en la calle de las Fuentes. Fue bautizado en San Ginés, el mismo templo donde habían sido bautizados Goya y Quevedo. Murió en su casa de la Cuesta de Santo Domingo de Madrid en 1933. Abandonó la Carrera de Ingeniería para estudiar Derecho en la Universidad Central. Ejerció como funcionario de Gobernación hasta que tras la Revolución Española de 1868 también llamada La Gloriosa o Septembrina y la posterior subida al trono de Amadeo I de Saboya quedó cesante, pues era republicano y, a propósito de esa circunstancia dejó escritos los versos: En Gobernación serví / cargos de modesta clase; / vino la Revolución / y me declaró cesante, / que, por lo visto, no trajo / más misión y más alcances, / que los de quitarme a mí / aquellos cinco reales... Pero en 1971 pudo volver a incorporarse, tras haber aprobado una oposición, al puesto de redactor en el Diario de Sesiones del Senado, donde llegó a ser jefe del departamento de taquígrafos y, años más tarde, redactor jefe. Además fue secretario personal de varios ministros con los que, mantuvo relación de confianza y compartió notables anécdotas. Algunas de ellas se contaban por Madrid... Por lo visto, en una ocasión Adelardo López de Ayala (dramaturgo del realismo, Académico de la Lengua, Presidente del Congreso de los Diputados y Ministro de Ultramar en varios gobiernos) lo presentó a una señora de postín diciendo: Le presento a mi buen amigo don Tomás Luceño, el hombre que ha escrito más tonterías en este mundo. Y la señora - sin ni siquiera pestañear - le preguntó: ¿Luego es usted escritor? Y Tomás Luceño respondió al instante, No, señora, soy taquígrafo.

Su obra teatral está muy vinculada al costumbrismo madrileño y a otros autores como Ramón de la Cruz (sobre todo por el estilo clásico en el que escribía sainetes, zarzuelas y comedias), a Vital Aza, a Javier de Burgos, a Ricardo de la Vega (hijo del escritor Ventura de la Vega), a Carlos Fernández Shaw, y años más tarde a Carlos Arniches e incluso a los hermanos Álvarez Quintero. Con su obra literaria se enriqueció el Teatro por horas.

Tomás Luceño fue taquígrafo de profesión y, al mismo tiempo, dramaturgo, poeta y periodista. Su obra teatral abarca más de cien títulos, en los que destacan el humor y la ironía que compendiaron sus creaciones literarias, inspiradas en la vida cotidiana de los barrios más populares de la villa de Madrid. Frecuentó, con algunos de sus coetáneos, las tertulias del Café Fornos, del Levante y del Suizo , en las que era celebrado por su ingenio y su rapidez a la hora de dar respuestas, incluso a preguntas impertinentes. También destacó por la facilidad que tenía para el cultivo del diálogo natural y muy ameno. Fue un autor que supo disociar y a la vez conjugar sus dos ocupaciones, de tal modo, que cuando en una de aquellas tertulias un amigo le preguntó ¿Cómo es posible pasar del Senado a un escenario teatral el mismo día? Y respondió: muy fácil, en los dos sitios representamos comedias. Pero, a pesar de su ingenio se decía que a Luceño, especialmente, le gustaba escuchar y por eso dejaba que hablasen y discutiesen los demás. Y que solía intervenir de modo improvisado para dejar caer frases ingeniosas que solían repetirse en las demás tertulias... Y aunque la aspiración de la gran mayoría de escritores es la de escribir como se habla, en Luceño se decía que solía hablar como se escribe.

En otra ocasión un censor le reprochó que uno de sus sainetes se titulase “¡Amén! o el ilustre enfermo”, y replicó: Señor censor, si el público no se ríe podrá decir amén y no habrá pecado. Tal obra fue representada en el Teatro Lara. Sin embargo, y a pesar de su ingenio desbordante y de su sentido del humor, evitó los abruptos duelos literarios con otros escritores, pues siempre decía que su oficio de taquígrafo le obligaba a ser discreto y, especialmente, a mantener la neutralidad política. Luceño era cercano y afable, de modo que muchos autores jóvenes solían recurrir a él para que leyese y aconsejase ante lo que estaban escribiendo y solía prestarse a colaborar. Un día un joven agradecido por haberle ayudado en los arreglos de una de sus obras le quiso pagar y le preguntó que cuanto le debía. Luceño respondió: me basta con saber que la risa del público también va a ser mía.

Su primer sainete lleva el título de Cuadros al fresco (Juguete, en un acto y escrito en verso). Se estrenó en el teatro Lope de Rueda en 1870. Otras de sus obras se titulan: Fiesta nacional, Adula y vencerás o El caballo de Fernando VII, La doncella de mi mujer, Don Lucas del Cigarral, ¡Viva el difunto!, A perro chico o Amo y criado. Tomás Luceño era un gran contador de anécdotas. Tenía mucha facilidad para escribir versos con tonos humorísticos y fue uno de los últimos madrileños que ya en pleno siglo XX siguió utilizando sombrero de copa. El tono jocoso de alguno de sus versos recuerda su carácter: A un tonto le dije un día / -¿Sabes tú lo que es saber? - / y me respondió: - Lo sé: / saber que no sé qué hacer.