En el paisaje literario, algunos temas recurrentes parecen desafiar la claridad absoluta de su comprensión, como si fueran espejos que reflejan lo indefinido. Entre ellos, el vacío y la nada han ocupado un lugar fundamental en las reflexiones de grandes escritores y filósofos. Dos autoras que, desde ángulos diferentes pero igualmente incisivos, han abordado estos conceptos son Josefina Vicens en su novela El libro vacío y María Zambrano en su obra filosófica Claros del bosque. Ambas autoras exploran los límites de la existencia humana, el significado del vacío y cómo este, lejos de ser un obstáculo, puede convertirse en una fuente de revelación y creación.
Josefina Vicens, en El libro vacío, nos presenta un tema angustiante y al mismo tiempo profundamente íntimo: la imposibilidad de escribir. Su protagonista, José García, vive el tormento de enfrentarse constantemente a la página en blanco, una metáfora de la nada, del vacío que lo consume. Esta experiencia, universal para todo escritor, se convierte en el centro de su obra, una lucha contra lo que podríamos llamar el enemigo más temido de todo creador: la ausencia de palabras, la incapacidad de materializar el pensamiento en el papel.
La elección de este tema no es trivial. En el México de mediados del siglo XX, muchos escritores se inclinaban por la búsqueda de una identidad nacional o por abordar temas sociales. Sin embargo, Vicens optó por un enfoque más introspectivo, distanciándose de esas corrientes para centrarse en lo que Octavio Paz definió como "la imposibilidad de escribir". Para Paz, El libro vacío tiene una relevancia universal porque trata de una experiencia que cualquier persona que pretenda escribir o crear en algún momento atraviesa. José García, el protagonista, es un antihéroe que refleja las inseguridades, las dudas y el miedo de enfrentarse al vacío creativo, lo que lo hace profundamente humano y comprensible para el lector.
Lo fascinante de la novela es cómo Vicens logra explorar no solo el vacío exterior que representa la página en blanco, sino también el vacío interior, la crisis existencial que acompaña a la imposibilidad de crear. El vacío se convierte en un espacio de duelo, un enfrentamiento consigo mismo que, paradójicamente, lleva al descubrimiento de lo más íntimo y profundo del ser. La escritura, por lo tanto, no es simplemente un acto de producir palabras, sino un proceso de autoconocimiento y de confrontación con el vacío.
Por otro lado, María Zambrano, en su obra filosófica Claros del bosque, también aborda la idea del vacío, pero desde una perspectiva más metafísica. Para Zambrano, el vacío y la nada no son simplemente espacios de ausencia, sino que se presentan como lugares de revelación, donde lo humano se encuentra en suspenso, donde el esfuerzo por definir o alcanzar algo se disuelve para dejar espacio a lo divino o lo absoluto.
Zambrano utiliza la imagen del "Claros del bosque" como un lugar simbólico donde la luz penetra a través de la espesura, iluminando un espacio de suspensión, de espera. Este claro representa la nada y el vacío que, según ella, están siempre presentes en la vida humana, pero no como una amenaza, sino como una posibilidad. El vacío no es devorador, sino que se convierte en un umbral, una pausa en la que la búsqueda cesa, y en esa cesación, surge la ofrenda de lo imprevisible, de lo ilimitado.
Zambrano nos incita a no temer el vacío, sino a habitarlo, a reconocerlo como un espacio de éxtasis negativo, donde el ser humano se suspende, deja de preguntar, deja de buscar. En ese silencio, en esa suspensión, se abre una puerta a lo desconocido, a lo divino, que se manifiesta de manera inesperada. Este concepto tiene resonancias profundas no solo en la filosofía, sino también en la creación literaria, donde muchas veces el vacío, la ausencia de palabras, es lo que permite que algo nuevo, algo genuino y revelador, emerja.
A pesar de las diferencias en sus enfoques, tanto Josefina Vicens como María Zambrano coinciden en ver el vacío y la nada no como espacios negativos o amenazantes, sino como lugares de posibilidad. Para Vicens, el vacío que enfrenta el escritor es el punto de partida para una búsqueda más profunda de sí mismo, una confrontación con el ser que lleva, inevitablemente, a la creación. Para Zambrano, el vacío es un espacio de revelación, donde lo humano se suspende y lo divino, o lo absoluto, puede manifestarse.
Ambas autoras nos revelan que el vacío, lejos de ser algo que deba evitarse, es una parte integral de la vida y la creación. Enfrentarlo es, en el caso de Vicens, parte del proceso creativo, y en el caso de Zambrano, una forma de abrirse a lo trascendental. Para ambas, el vacío no es el final, sino un espacio de tránsito, una puerta hacia algo más grande, más profundo.
El vacío y la nada, dos conceptos que a menudo parecen aterradores o desalentadores, son, en las obras de Josefina Vicens y María Zambrano, espacios de creación, de revelación y de autodescubrimiento. En El libro vacío, Vicens nos muestra cómo la lucha contra la página en blanco es también una lucha contra uno mismo, una confrontación con el vacío interior que, aunque dolorosa, lleva al autoconocimiento y a la creación. En Claro del bosque, Zambrano nos invita a habitar el vacío como un espacio de revelación, donde lo divino puede manifestarse cuando dejamos de buscar y nos suspendemos en la nada.
Ambas autoras, desde sus perspectivas únicas, nos enseñan que el vacío no es algo que deba temerse, sino que es parte del proceso de creación y de la vida misma. Enfrentarlo, habitarlo, es una forma de abrirse a nuevas posibilidades, de permitir que lo desconocido y lo imprevisible se manifiesten, ya sea en la escritura o en la vida.