La obra de Esther Seligson es un terreno donde convergen el sueño, la memoria y el mito, elementos que vertebran su propuesta literaria. A través de un manejo sofisticado del lenguaje y un tono eminentemente poético, Seligson construye un universo narrativo que, a primera vista, podría parecer distante o complejo, pero que en realidad toca fibras profundas y universales de la experiencia humana. Esta narrativa poética no sólo aborda la historia, sino que la reinterpreta desde un "yo" que asimila todo el tiempo anterior y, desde ahí, revisita episodios lejanos en un diálogo constante entre lo personal y lo colectivo.
Uno de los aspectos más fascinantes de su escritura es su visión aléphica, un término que hace referencia a la capacidad de Seligson para combinar diferentes momentos históricos y entrelazarlos con relatos autobiográficos. En su obra La morada en el tiempo, esta visión crea una suerte de narrativa sin fin, donde la diáspora, tema central en muchas de sus obras, es observada desde una perspectiva contemporánea, pero cargada de resonancias ancestrales. El "yo" narrador no es solo testigo, sino que absorbe el tiempo en su totalidad, encarnando un sentido de la historia que es a la vez inabarcable y profundamente personal.
El mito, un eje esencial en la narrativa de Seligson, no solo aparece como un tema literario, sino como una herramienta para la reescritura de la historia y los arquetipos. Su libro Sed de mar (1987) es un claro ejemplo de esto, donde los personajes míticos de Penélope y Ulises se presentan como símbolos vivos, supuestos desde una perspectiva contemporánea que les otorga nuevas dimensiones. Seligson no se limita a contar la historia de estos personajes; más bien, los reconfigura, entrelazando sus experiencias con las de las mujeres y los hombres del presente, lo que añade capas de interpretación que invitan al lector a reflexionar sobre la vigencia de estos mitos.
En Indicios y quimeras (1988), esta tendencia a la reescritura mitológica se refuerza, pero ahora también se fusiona con lo autobiográfico, utilizando una voz narrativa irónica y subversiva. En estos relatos, que en parte fueron publicados en la revista FEM entre 1977 y 1981, Seligson deja entrever su interés por el poder transformador del mito cuando se enfrenta a las complejidades del presente. A través de personajes alegóricos o arquetípicos, la autora desafía las nociones establecidas del tiempo, el espacio y la identidad, creando un diálogo entre pasado y presente que permite reinterpretar el mundo desde nuevas ópticas.
Su escritura, además de ser profundamente reflexiva y filosófica, es irónica en su subtexto. Este tono irónico le permite distanciarse de las estructuras tradicionales del relato, construyendo una especie de Metanarrativa donde los personajes y sus historias son cuestionados, reinterpretados y, en última instancia, resignificados. En lugar de ofrecer respuestas cerradas, su obra abre la puerta a múltiples interpretaciones, cada una de ellas válida dentro del vasto y caleidoscópico universo literario que construye.