Poética de la inteligencia

Amado Nervo. El viaje hacia lo absoluto

Ante la vida fue siempre Amado Nervo un hombre de paso, un espíritu que habitaba el tránsito con la conciencia de que la existencia es, en sí misma, una renuncia constante. En su obra se percibe un despojamiento paulatino: la desnudez del alma que, entre dudas y revelaciones, busca la verdad última. En él, poesía y vida se confunden en un mismo cauce.

“Cuando Amado Nervo salió de Mazatlán, ya todo el espíritu del poeta esencial y antonomástico había cuajado en él”, afirma Genaro Estrada. Ese “echar a andar” del que habla Reyes en su ensayo El viaje de amor de Amado Nervo, es también un viaje hacia lo absoluto: “Ceñido al estilo del recuerdo, está ya hecho como de cielo. Su misma intimidad es parte de nosotros mismos. Enfrentado con lo absoluto, ya no es aquel afable señor que conocimos. Ya su casa es nuestra, y está edificada en la otra dimensión del tiempo”, escribe Alfonso Reyes.

La obra de Nervo es testimonio de esa apertura hacia el misterio. El poeta reconoce: “tengo la enfermedad sutil de lo absoluto”. Su andar es el de un hombre marcado por la lucha interior entre fe y duda, entre la esperanza luminosa y la penumbra existencial. Lo mismo escribe con la voz fatigada del que se siente preso de sí mismo —“tengo el peor de los cansancios, el terrible cansancio de mí mismo”— que con la voz elevada del que vislumbra la divinidad a través del amor.

El amor fue, sin duda, su guía en este viaje. En sus versos, el amor humano y el amor divino se entrelazan hasta confundirse: “Sólo el amor nos lleva a Dios”, afirma. Para Nervo, la divinidad no es una abstracción distante, sino una experiencia carnal, un soplo encarnado en los labios de la amada, en la mirada femenina, en la belleza terrenal. De ahí que, como señala Reyes, “el amor de Dios era para él una cosa tan tramada en la vida, que no acertó nunca a desentramarlo de la materia”.

Su poesía fue alejándose del exceso modernista para alcanzar una madurez de formas simples, versos libres, rimas claras. Pero en esa desnudez formal se percibe la hondura de quien ha comprendido que el verdadero canto no está en la exuberancia de imágenes, sino en la serenidad interior. El viaje de Nervo fue el tránsito hacia esa calma: hacia la reconciliación con la vida, hacia la paz del espíritu.

Y en ese final luminoso nos dejó quizá su epitafio más conocido, pero también su testamento poético y vital:

Amé, fui amado, / el sol acarició mi faz.
¡Vida nada me debes!, ¡vida estamos en paz!

En la voz de Amado Nervo se cifra el eco de un México que buscaba su identidad moderna, pero también el eco universal del alma humana que, al filo de la eternidad, encuentra en el amor su brújula y en la poesía su morada.