LA MIRADA DE ULISAS, vieja como el universo por no tener edad ni registro de identidad, se sabe atemporal y con el don de la ubicuidad en su haber. Atributos que le fueron dados por su creadora en el momento de la concepción. La quiso proyectar al mundo libre de prejuicios y de resentimientos, pero con la cualidad de poner en su atisbo la verdad. La anheló parlante y muy observadora. La creó con un apetito desmedido por ver la realidad al alimentarse de las buenas fuentes de información y con la tendencia de poder meter la nariz en todas partes para nutrirse mejor. La liberó de todo yugo para ventilar su independencia como ente sensible que es y sigue siendo. Goza de autonomía y de voz propia. Su labia y el poder entender los principios de la vida la hacen sabia. Esa mirada, queridos lectores, ya les pertenece. Está feliz de tenerlos como dueños y guías, lo que le permite sentir que debe hacer honor a los escenarios que contempla. Además de poder con sus textos hacerlos testigos de sus emociones bajo el énfasis de lo descrito en su columna.
Hoy curiosamente, traigo un recuerdo que no me abandona, plasmado fuertemente en mis pupilas: aquel fatídico 11 de septiembre del 2001 con la imagen de las Torres Gemelas del World Trade Center en llamas y en destrucción. Recuerdo aquella mañana al ver las escenas en primer plano en la pantalla chica que me frotaba los ojos, porque no podía creer que fuera incontestable lo divisado en el televisor. Me pensaba frente a la alucinación más tenaz o frente a la proyección de una película de ciencia ficción. Pero pronto, los locutores y el impacto del registro me situaron en la realidad. Era tan vivencial todo aquel espanto que resultaba difícil de creer o de asumir. Iba en contra de todo un símbolo de la democracia. Semejante manera de lograrlo resultaba inconcebible e incomprensible. ¡Ni podía hacer parte de la fantasía de un James Bond! Sin embargo, era tan tangible el horror que desprendían las imágenes que ya no cabía duda de su certeza. Aquel drama se hallaba al alcance de la vista de todo espectador. Marcó la Historia Universal con sangre y dolor. Un nuevo capítulo se abría para entender los alcances del terrorismo. Se anunciaba con tentáculos que estaban fuera del alcance de toda imaginación. Y desde entonces, episodios tan nefastos han venido ocurriendo en varios lugares del mundo como: carros que van en vía de buscar futuros muertos al accidentarlos, atentados como el Charles Hebdo, los lamentables efectos de la intifada, el atentado de la estación de Atocha y las barbaries del 7 de octubre por sólo mencionar algunas atrocidades. En determinados lugares como en Israel son del diario vivir: tener apuñalados por la espalda o el ametrallar a varias personas a la vez, sin importarle al asesino pagar con su propia vida. Es parte de lo estipulado por sus creencias, que cualquier acto de violencia es bien recompensado con dinero o con la visión de vírgenes que lo esperan en el cielo. Todo esto se desnudó ante la opinión pública, que no siempre se halla lista para asumir realidades. De repente, se fue descubriendo el impacto de los terroristas en un mundo libre, que no correspondía a los valores ni a las enseñanzas de personas formadas para matar a sangre fría al llamado enemigo al invocar a su dios como el gestor del abominable acto atribuido en su nombre. Un lema que se convertía en sentido de vida para esos verdugos. Un fenómeno que se difunde en varias naciones del planeta como algo “casi normal”: el poder decapitar en plena calle a un profesor en la Ciudad Luz, símbolo de libertad, fraternidad e igualdad. Que la memoria del Profesor Paty y de tantas otras víctimas inocentes sirva para dejarnos en estado de conciencia.
Un año después por la misma época de la tragedia del 7 de octubre, en igual festejo de honrar La Torá, se le da fin a una de las principales cabecillas del horror, el haber liquidado a Yihia Sinwar, el instigador de las masacres y principal actor de Hamás. El hombre que no quiso negociar la liberación de los restantes secuestrados ni la paz para su gente, expuesta al desenfreno de la guerra, sin la posibilidad de utilizar los túneles para su protección y recibir impactos de bala cuando se acercaban a los camiones de ayuda humanitaria, reservada según los terroristas exclusivamente para su gente y sus fines. ¡Vaya contradicción!
Lo hallaron listo a zarpar del barco como las ratas dejando a su pueblo en la miseria, como tanto les agrada a los terroristas para recolectar adeptos a la condena a Israel. Y darles la libertad de mencionar la palabra genocidio, cuando se niega que este mal sólo se le puede adjudicar a Hamás y a sus líderes. La gran pregunta ¿quién precipitó la guerra? No le bastaba con mandar misiles a Israel como si fuese un juego de vídeo. Necesitaba alimentarse de sangre y más sangre para contentar sus deseos sanguinarios, como un Drácula más de la historia moderna. Israel no lo tomó en serio. País convencido, como lo manda la lógica, que con tantas prebendas recibidas el monstruo se quedaría tranquilo. Cuán equivocada estaba la mentalidad occidental al pensar que se le compraba con bienestar. Al mal sólo se acaba con el mismo mal. Y traigo a colación un hecho que siempre me asombró, no existe máquina o elemento capaz de pulir un diamante, sino otro de mayor tamaño. Sólo así se logra sacarle brillo a la piedra preciosa. La imagen me parece válida para señalar hasta qué punto los terroristas buscan ser combatidos con la misma moneda, que emplean al desconocer la importancia de los diálogos y al repudiar el concepto de paz como un bien común e indispensable.
Sinwar, que justamente admite un juego de palabras, “Sin war” que traduce Sin guerra, posiblemente se conquiste la paz que tanto anhela un ser cuerdo y enseñado a vivir con su semejante, aún con las diferencias que cada persona tiene con respecto a la otra. Es aprender y aprehender los principios del respeto y la tolerancia que se deben aplicar en cualquier sociedad para una vigorosa coexistencia, que es lo que precisa el mundo.
Cuando se liquidó a Bin Laden se le cortó la cabeza a una serpiente peligrosa, y el mundo entero pensó que se había hecho justicia, con la cabeza de Sinwar se ha logrado lo mismo. Y hay que esperar que un nuevo orden se establezca en el Medio Oriente que no quiere seguir desorientado. Crucemos los dedos e implorémosles a las Fuerzas del Bien que con este acto de justicia el equilibrio regrese a la región y el odio cese de ser motivo de educación.
Y una idea que me habita es la de seguir pensando y viendo que no hay mal que por bien no venga. La filosofía que mi mirada maneja desde que abre su primer párpado al constatar que luz y oscuridad conviven y se hacen armonía con la presencia de la Luna y del Sol, los indispensables regentes del Universo. Saben ocupar su lugar y su función. Un equilibrio alcanzado que, tal vez, y es mi gran anhelo se logre SIN WAR o sea sin guerras ni males para el semejante.