Desde el otro lado

Las ocurrencias de Evita

A más de setenta años de su deceso, el personaje de Evita Perón causa fascinación e hilaridad, porque muchas de sus cosas, tanto en vida como después de su muerte, superan con creces la fantasía.  

Una persona admirable para unos como detestada por otros, una figura enigmática y contradictoria, capaz de seducir al más altivo de los seres humanos como de actuar de la manera más inverosímil imaginable; quien desde la indigencia pudo llegar a escalar hasta compartir, con su esposo Juan Domingo Perón, el ejercicio del poder político en Argentina.

Murió en 1952 siendo primera dama de Argentina y una masa uniforme de más de dos millones de argentinos con lágrimas en sus ojos y profundo pesar en sus corazones decían el último adiós, a quien con apenas 33 años un cáncer de útero se la llevó, pero a la vez la convirtió en un mito de la política latinoamericana. 

Este personaje que resultaba hostil a la alta sociedad argentina de la época, quizás por su surgimiento de la nada, la falta de instrucción y el poder que llegó a acumular, fue protagonista de múltiples ocurrencias y a veces hasta episodios desagradables, cuando quería imponerse y hacer predominar su voluntad en cuestiones carentes de toda lógica, solo amparada en su autoridad.   

José María de Arielza, embajador de España en Argentina en el apogeo del régimen peronista, relata en su libro “A lo largo del Siglo”, un episodio sumamente pintoresco protagonizado por la primera dama Argentina, con motivo de una Exposición de Pintura Contemporánea Española con motivo del día de la raza, compuesta por una muestra de cuadros del Museo del Prado: “Evita, que no entendía mucho de arte, me llamó una mañana para decirme que deseaba visitar en solitario la exposición, y que estuviera allí esperándola a las ocho de la mañana. Evita se adelantó conmigo y me confesó que deseaba quedarse con algunos lienzos para terminar la instalación de una casa que había comprado en las afueras de Buenos Aires, en San Vicente. Elogió dos cuadros de Lluís Muntané; otro de Julio Moisés y un precioso bodegón de Manuel Benedito”.

Ni corta ni perezosa Evita le dice al embajador: “–Si te parece lo descolgamos y me los llevo a la residencia-, Le rogué que no lo hiciera porque antes quería aclarar con Madrid si esos cuadros estaban a la venta o no. Bueno, de eso se encarga usted. Se metieron los cuadros en el coche presidencial, y mis compañeros se quedaron estupefactos. Al cabo de unas horas me llamo Evita: -Los cuadros gustaron mucho al general Perón. Al contarle como me los traje, se puso furioso y me obligó a devolvérselos. Se los mandó mi secretario a la embajada-. Hubo un breve silencio. – No tienen ustedes en España la costumbre de hacerse regalos el día de Reyes. - Así es. –Pues me los manda usted ese día como un obsequio personal”.

Desde la preparación de su viaje a Europa: España, Portugal, Francia e Italia ocurrieron diversos incidentes, desde los detalles previos hasta las situaciones acaecidas en el transcurso del viaje y con posterioridad al mismo. 

En los aprestos del viaje presenta credenciales el embajador De Arielza, siendo enviado a buscar al otro día de la ceremonia. Al llegar a la Casa Rosada, Evita sin saludarlo le expresa: “-Se que viene usted a torpedearme mi viaje a España-. Vengo con una condecoración para usted: la Gran Cruz de Isabel La Católica que le ha concedido mi gobierno. –Yo quiero ir a España como primera etapa de mi viaje a Europa. Y necesito que esa Cruz me la coloque el propio General Franco. No habrá en ello ningún inconveniente. Pero tendrá usted que fijar alguna fecha para ese desplazamiento. Es que necesito que me condecore en público, ante una plaza llena de gente. Y también quiero que venga el general Franco en persona a esperarme en el aeropuerto cuando llegue”. Todas esas exigencias fueron cumplidas al pie de la letra.

Ya en España Evita empezó a hacer de las suyas. Contaba Carmen Polo, esposa del Generalísimo Francisco Franco que una vez se retrasó tres horas para una cena oficial en Barcelona, al comentar su retraso con ella le dijo: “para eso somos presidentes”. Los demás comensales eran los miembros de la Realeza, del Cuerpo Diplomático acreditado en España y el Gabinete de Gobierno.

El fenecido amigo escritor argentino Abel Posse en su obra “La pasión de Eva” relata que, a su paso por Portugal Evita decide reunirse en Lisboa con el entonces Príncipe Don Juan de Borbón, a pesar de conocer las diferencias de este con Franco, “nada más irritativo para el caudillo y el príncipe se lo advirtió. Evita se limitó a responderle: “si el gordo se enoja, no importa”, después de Franco haberle dispensado los máximos honores en su estadía en España.

Evita, a pesar de sus ocurrencias inusitadas, sus excesos de autoridad, resulta ser un personaje encantado, como de un cuento de hadas, una mujer en que convergen la dulzura femenina como la astucia política. Aunque en ocasiones deslucida por su agresividad y falta de tacto en sus ejecutorias. Su pueblo y su gente la recuerda con veneración, sobre todo las familias de muchos de sus “descamisados”, porque con ella sus padres y las familias encontraron albergue y se nutrieron de esperanzas. 

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