Las calles del centro de Madrid no solo se reconocen por su trazado histórico o por sus balcones centenarios, sino también por sus peculiares placas cerámicas que indican el nombre de cada vía acompañado de ilustraciones alusivas a su origen. Estas piezas, visibles en barrios como Los Austrias, La Latina, Sol o Lavapiés, se han convertido en un símbolo de la ciudad tanto para vecinos como para turistas.
Algunas de las placas más antiguas datan de los años 30, elaboradas en la Escuela de Cerámica de la Moncloa, mientras que otras más recientes, de las décadas de 1960 y 1980, incorporan diseños metafóricos y artísticos que representan oficios tradicionales o leyendas urbanas. Ejemplos llamativos son la Calle de la Cabeza, que recuerda la macabra aparición de un cráneo en tiempos pasados, o la Calle del Codo, cuya placa muestra el codal de una armadura en alusión a su peculiar trazado.
El ceramista Alfredo Ruiz de Luna, heredero de una reconocida saga de Talavera de la Reina, firmó muchas de las obras que hoy decoran las esquinas madrileñas. Además, en 2010, varios artistas reinterpretaron este estilo en Lavapiés, integrando piezas de arte urbano que dialogan con el patrimonio histórico.
Las placas cerámicas conviven con otras señales más antiguas, como los azulejos blancos de letras negras del siglo XIX o los números de la Planimetría General del Marqués de la Ensenada (1749-1774), que servían para el cobro de impuestos. Este mosaico de estilos refleja la evolución de la ciudad y su carácter único.
Más allá de su función práctica, estas placas han pasado a ser un icono cultural y turístico, pues condensan en pequeños paneles la memoria de la Villa y Corte: desde leyendas como la de la Calle de la Pasa, hasta oficios como los de bordadores y latoneros. Un testimonio cerámico que convierte cada esquina de Madrid en una pieza viva de historia y arte.