Memorias de un niño de la posguerra

López, el rey del juego

El juego es un motivo de entretenimiento y diversión, pero que entraña un claro peligro. Por cada hombre o mujer que triunfa en la ruleta, el bacarrá o el punto y banca, son cientos, quizá miles, los que se han arruinado en las mesas de los casinos. Yo comencé a jugar ya mayorcito, cuando se inauguró el Casino de Madrid, en el kilómetro 27 de la carretera de La Coruña, creo recordar a finales de 1981. Desde entonces acudía los fines de semana, y jugaba preferentemente al punto y banca, y ocasionalmente a la ruleta. Tuve tardes brillantes, como un torero en la plaza, y otras desastrosas. Me gustaba seguir los lances del juego, y también observar a los jugadores. Ya hace años que dejé de jugar, pero la experiencia de mi etapa de jugador me ha permitido comprobar que, en líneas generales, el Casino tiene las de ganar. Tiene más tiempo y más dinero que los jugadores, pero éstos tienen una ventaja que generalmente no saben aprovechar, y es que pueden marcharse cuando quieran, mientras que el Casino tiene que seguir abierto en el tiempo de juego. Calculo que de cada diez jugadores, uno gana, otro se defiende y acaba ganando un poco, y los otros ocho pierden, unos más que otros.

Sobre esto tengo anécdotas para dar y tomar. No me olvido de una tarde nefasta en la que cuando llegué a la mesa de ruleta habían salido cuatro números pertenecientes a la primera columna de la derecha, los que van desde el uno al treinta y cuatro. Lo lógico, pensé, es que ahora salgan números de las otras dos columnas, sin tener en cuenta que cada tirada es independiente de las anteriores. El resultado es que salieron siete veces consecutivas números de la primera columna,  que se repitieron el siete, el diez y el treinta y uno y que perdí todo el dinero que llevaba a bordo. Este tema se enlaza con una actividad que en teoría debería estar prohibida, pero que sigue viva, y es la de los prestamistas. A los que se han quedado sin blanca, les ofrecen el dinero que quieran, pero que deben devolver al escandaloso interés del diez por ciento diario. Hay que estar muy desesperado para aceptar esas condiciones leoninas, pero el casino es una permanente cuna de desesperados, aunque la gerencia se esfuerce en combatirlo.

Todas estas precauciones no dejan de tener en cuenta que en el casino no faltan ganadores. Yo conocí a uno que parecía tener una varita mágica para acertar en las apuestas, y si uno comentaba el tema con los crupieres todos coincidían en que si había alguien experto en ganar no había duda: se trataba de López. Yo me hice amigo de López, un auténtico caballero, que era Licenciado en Medicina, pero se ganaba, y muy bien, la vida, como representante de multinacionales que fabricaban aparatos para el tratamiento de distintas enfermedades. A López, no me dijo el porqué, se le ocurrió acudir un día al Casino, y ganó un dinerito. Según me dijo, y no puedo dudar de su palabra, volvió al día siguiente, al otro y estuvo 57 días sin perder. No es extraño que se hiciera famoso. Su fórmula parece sencilla, pero era el único en aplicarla. Se trataba, simplemente, de “seguir a la baraja”. Es decir, si salían más bancas que puntos, apostar por la banca, y, si cambiaba el sistema, seguir al punto. Cuando se producía un descanso para cambiar de baraja, López acudía a las mesas de ruleta, y tenía un sistema al que yo seguía, con buenos resultados. La ruleta es como una especie de reloj, que se dividía en dos grupos: por una parte, el tercio y los huérfanos, es decir una parte enfrentada a los números cercanos al cero, y los huérfanos, los números cercanos al tres y nueve de las agujas del reloj. Un poco más arriesgado era apostar por el cero y sus vecinos. En el primer caso se apostaban veinte números contra dieciséis, en el segundo dieciséis contra veinte. Si López acertaba cobraba sus beneficios y, sin insistir volvía a la mesa del punto y banca. Si llegaban las vacaciones, López y su esposa veraneaban en Benidorm y él jugaba en el cercano casino de Villajoyosa, que por cierto ya no existe.

Como dejé de jugar, no  volví a ver a López, que de vivir sería más que centenario. Espero que esté en Cielo, enseñando a San Pedro a “seguir a la baraja”

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