Cronológicamente, todos los historiadores sitúan nuestro Renacimiento en el siglo XVI. Con todo, este ya había nacido y se había desarrollado extensamente en Italia durante los dos siglos anteriores. Las ideas renacentistas se introdujeron en España, entre otros factores, gracias a las relaciones político-culturales con Italia, a las universidades de Salamanca y Alcalá, y a eruditos como Antonio de Nebrija o los hermanos Valdés. Sin embargo, aunque la mentalidad renacentista estaba cada vez más presente, hasta bien entrado el siglo XVI la poesía española todavía continuaba con las formas y modos heredados de la Edad Media: la lírica de los cancioneros, el romancero tradicional, la lírica popular y la poesía culta del siglo XV.
En este escenario, en 1526 se produjo un hecho aparentemente corriente, pero que cambiaría el destino de la poesía en nuestro país. En dicho año, el embajador y escritor Andrea Navagero conoció en Granada al también escritor y soldado Juan Boscán. Durante esta reunión, el político italiano le sugirió a Boscán que probase a introducir en su poesía las formas que tanto éxito estaban cosechando en Italia: versos endecasílabos, estrofas como la octava real y poemas como el soneto. También le recomendó que se atreviera con los temas del renacimiento italiano: el amor petrarquista, la mitología y la naturaleza. Boscán se sintió tan profundamente inspirado por esta conversación, que decidió compartir estas nuevas ideas con su amigo y compañero de batallas Garcilaso de la Vega, quien, además de soldado, también era poeta. De este modo, ambos se lanzaron a experimentar con todas estas formas y temáticas en sus respectivos escritos.
No obstante, en un giro dramático de los acontecimientos, los dos autores encontraron la muerte antes de ver ninguna de sus obras publicadas. Garcilaso murió en una batalla en Francia en 1536 y Boscán, algo mayor, murió de una enfermedad en 1542. Fue entonces Ana Girón, mujer de Boscán, la responsable de publicar en 1543 la antología titulada Las obras de Boscán y algunas de Garcilaso de la Vega. Como viuda de Boscán, entiendo perfectamente que Girón quisiese publicar la obra de su marido a título póstumo. Sin embargo, no puedo evitar preguntarme por qué decidió adjuntar también los manuscritos de Garcilaso.
Independientemente de la razón, al tomar esta decisión, Girón cambió inconscientemente el rumbo de nuestra poesía. Esta antología fue creciendo en popularidad precisamente gracias a la perfección de las composiciones de Garcilaso, y no tanto a las de Boscán. En consecuencia, numerosos autores comenzaron a seguir la línea garcilasiana y su influencia fue tan grande que impregnó toda la poesía posterior. Garcilaso de la Vega pertenece, por tanto, al grupo de artistas que murieron sin llegar a conocer la grandiosidad que alcanzaría su propia obra, la cual no solo perdura a través de los siglos, sino que marcó un antes y un después en la literatura española.