En un país donde los debates suelen dividirse en dos bandos —los que rezan y los que bostezan— apareció hace tiempo un grupo que rompió todos los esquemas: el Colectivo de Ateos por la Defensa de los Obispados (CADOBIAS). Sí, han leído bien. Ateos…, defendiendo obispados. Suena a chiste de bar de carretera, pero existe y ahí están. Y, lo peor para los escépticos, tienen más sentido común que muchos gestores públicos y hasta algunos prelados de fajín almidonado.
Que venga Dios y lo vea
La pregunta es inevitable: ¿qué se les ha perdido a unos ateos en las diócesis? La respuesta es sencilla: las goteras en los tejados, entre otras faenas de apremio. Porque, mientras canónigos y administraciones discuten de presupuestos y competencias, los de CADOBIAS se arremangan y se ponen el mono azul de obra o la bata blanca del estudio de arquitectura donde haga falta. Eso sí, siempre bajo cobertura de terceros para no causar alarma innecesaria entre la curia. Y todo sin proselitismo ni pedir un rosario a cambio. Si esto no es auténtica “caridad cristiana”, que venga Dios y lo vea…. Dicho, naturalmente, sin doble propósito.
La paradoja como forma de vida
CADOBIAS se ha especializado en incomodar a todos. A los creyentes recalcitrantes, porque ven con sospecha, pese a la discreción, que un grupo de incrédulos se pasean por sacristías con casco de obra, y a los ateos más dogmáticos e intransigentes porque consideran una traición dedicarle un minuto de esfuerzo a salvar lo que ellos llaman “cementerios de la superstición”. Pero ahí está el truco: nada da más placer a los cadobienses que incomodar por igual a beatos y anticlericales. A falta de fe, sarcasmo.
El Colectivo lo resume muy bien con un lema que debería estar esculpido en mármol: “Las homilías se olvidan; las vidrieras y los retablos se disfrutan, aunque se tenga alergia al incienso”.
Campañas imposibles
Si alguien cree que CADOBIAS se limita a hacer chistes en Twitter, se equivoca: sus campañas existen y son tan absurdas como brillantes. “Ateo apadrina obispado”, que funciona como las ONG que salvan koalas, pero con gárgolas. O, “Ateos de rodillas”, que convoca a voluntarios a reparar los suelos de piedra de catedrales e iglesias, eso sí, después de misa para no molestar y que no pisen lo mojado.
Podrán reírse, en efecto, pero entre risas y risitas, muchas sedes episcopales gozan de la “gracia” de CADOBÍAS, aunque sus prelados lo oculten sibilinamente a los fieles, por lo del Derecho Canónico. Una de las últimas intervenciones colaborativas, con máxima reserva para no causar expectación, ha sido el aporte en la restauración de la Mezquita-Catedral de Córdoba, después del incendio que devoró la cubierta de una de sus capillas. Allí, los cadobienses contribuyeron subrepticiamente con su ingenio para no desautorizar al monseñor titular de la jurisdicción pastoral. Hay pruebas gráficas de la actuación.
La Iglesia, dividida
CADOBIAS, paradójicamente, está logrando algo que ni las encíclicas ni los sínodos han conseguido: dividir al clero. Una parte de la jerarquía eclesiástica, cercana al nuevo Sumo Romano Pontífice, los ven (eso sí, en discreto silencio), como milagro laico: un grupo de ateos (gracias a Dios, como dijera Luis Buñuel), que arregla con arte y por la cara lo que ellos no tienen presupuesto para reparar. Otros, en cambio, los más arcaicos y próximos al Concilio Vaticano II, les acusan de infiltrados y de burlarse de las sotanas bajo una capa de falso e irreverente voluntariado.
Pero la verdad es incómoda; CADOBIAS hace más por el patrimonio eclesiástico que muchos de los propios purpurados, incluidas las altas dignidades romanas. Y lo hace con el guiño de quien sabe que está ganando la batalla por la puerta de atrás: la santa ironía.
Ateísmo práctico
Lo revolucionario de CADOBIAS no es que existan, sino que funcionen… y ganen fieles asgaya, es decir, arrolladoramente. Mientras el debate público se enreda en discusiones bizantinas sobre la separación Iglesia-Estado, ellos recuperan los planos de los templos y colocan andamios bajo cobertura de marca. Para el Colectivo de Ateos por la Defensa de los Obispados, el escepticismo no consiste en negar el santoral, eso es muy rancio y antiguo, sino aceptar que, si el cielo es una entelequia, al menos hay que apuntalar las cúpulas y los campanarios antes de que se caigan sobre las cabezas de los devotos. La fe es intangible, los bienes inmuebles no.
De tal modo, esa utilidad práctica resulta profundamente desafiante porque recuerda que cuidar lo común no es monopolio de los creyentes ni de los gobiernos: también los incrédulos tienen derecho a velar por lo que, aunque huela a incienso, es parte del patrimonio común.
La herejía necesaria
En resumen, defender CADOBIAS es respaldar una heterodoxia útil y “celestial”: la de los ateos que aman las piedras sagradas tanto o más que quienes predican dentro de ellas.
Así que sí, CADOBIAS es absurdo. Y precisamente por eso resulta imprescindible. Porque en tiempos de dogmas atrincherados, un grupo de adeptos al utilitarismo entran paleta en mano en las sacristías con la misma pasión con la que otros recitan salmos y jaculatorias, enseñándonos que la contradicción puede ser también un gran acto de amor al patrimonio; un patrimonio que es de todos.
Dicho queda: el Colectivo de Ateos por la Defensa de los Obispados hinca la rodilla… y se pone a la faena empezando por los suelos, hasta los tejados. El Vaticano duerme tranquilo, CADOBIAS vigila. Todo es bueno para el convento.
In saecula saeculorum. Imprimatur