¿Decisión estratégica o error histórico? Las consecuencias del parón al plan Draghi en la economía europea

Von der Leyen durante su discurso - Foto de la UE
photo_camera Von der Leyen durante un discurso - Foto de la UE

La reciente intervención del economista José Ramón Riera, en la que afirma que “la Unión Europea ha decidido autosuicidarse” al paralizar lo que denomina “plan Dragui” —en alusión al plan propuesto por Mario Draghi— ha reavivado el debate sobre el rumbo económico del continente. Aunque su discurso tiene un tono alarmista, su alerta parte de realidades económicas concretas: la UE se enfrenta a desafíos estructurales que, de no abordarse, podrían minar su competitividad y su modelo social.

El plan de Draghi: inversión multimillonaria para recuperar competitividad

En septiembre de 2024, Draghi presentó un informe titulado “El futuro de la competitividad europea” en el que advertía de la necesidad de incrementar la inversión pública y privada de forma radical. Según sus cálculos, Europa requeriría entre 750.000 y 800.000 millones de euros adicionales cada año, lo que equivaldría a aproximadamente un 4,4-4,7 % del PIB del bloque, para cerrar la brecha con potencias como Estados Unidos o China. 

El objetivo: impulsar la innovación, descarbonización, digitalización, refuerzo de la industria y modernización económica. Draghi subrayó que, sin esa inyección de capital, la UE corre el riesgo de quedar atrapada en una “agonía lenta”, perdiendo competitividad y capacidad de recuperación.

El giro hacia la defensa: 800.000 millones para rearmar Europa

Sin embargo, en 2025 la prioridad en Bruselas ha cambiado: la presidencia de la Comisión Europea lanzó un plan de defensa —bajo nombres como ReArm Europe o Readiness 2030— que prevé movilizar hasta 800.000 millones de euros en inversiones de defensa durante los próximos años. 

La urgencia de este plan responde a tensiones geopolíticas, especialmente la guerra en Ucrania y la necesidad de reforzar la soberanía estratégica del bloque. La Comisión ofrece líneas de crédito, mecanismos de financiación y flexibilización fiscal para facilitar que los Estados miembros incrementen el gasto militar sin desencadenar alertas por déficit excesivo.

Este giro ha generado críticas como la de Riera: muchos temen que centrar los recursos en defensa deje de lado las inversiones en innovación, tecnología, transición energética o bienestar social, poniendo en riesgo el crecimiento a largo plazo y la competitividad europea.

¿Debe Europa elegir entre innovación o seguridad? — El dilema del gasto

El testimonio del economista refleja una preocupación compartida por muchos expertos: no es necesario que defensa y desarrollo tecnológico sean excluyentes, pero sí existe un conflicto latente si el presupuesto es limitado y las prioridades cambian con el contexto.

Por un lado, la inversión en defensa puede fortalecer la seguridad y la autonomía estratégica de la UE frente a amenazas externas.

Por otro, sin infraestructura, innovación, transición ecológica y digitalización, Europa corre el riesgo de quedarse rezagada en productividad y competitividad global.

El verdadero reto está en encontrar un equilibrio: canalizar recursos hacia la defensa sin abandonar los proyectos estructurales que garantizan el progreso económico y social.

Crecimiento débil y urgencia de reformas: el diagnóstico de Draghi sigue vigente

A pesar de los anuncios de rearme, la UE continúa mostrando datos de crecimiento y productividad inferiores a los de sus competidores globales. En 2025, diversos informes advierten que el bloque se está quedando atrás en innovación, eficacia energética y desarrollo tecnológico. 

Draghi alertó de que mantener el statu quo equivale a resignarse a una “lenta decadencia económica” y pérdida de soberanía. Su diagnóstico sigue vigente: la UE necesita una apuesta decidida por la inversión y reformas profundas en su modelo económico.

Más allá de la retórica: lo que está en juego

Las críticas de Riera, aunque con matices inflamables en su tono, no son meras exageraciones: reflejan un debate real sobre las prioridades de Europa en una era de tensiones internacionales, transición energética, desafíos demográficos y competencia global feroz.

La decisión de priorizar la defensa no solo es política: puede tener consecuencias directas en innovación, empleo, competitividad industrial y bienestar social. La pregunta es: ¿quiere Europa seguir siendo un proyecto integrador de progreso o resignarse al cortoplacismo y la defensa como única obsesión?

La respuesta, y las decisiones en los próximos meses, determinarán en buena parte el futuro del continente.