El pasado día 15 se cumplió el centenario de la llegada al poder del general Primo de Rivera. Un golpe de estado diferente a los muchos que a lo largo de la reciente historia se habían producido en España.
Pronunciamientos y golpes más o menos cruentos habían sido práctica habitual, así como los españoles habían visto la instauración en el trono de una nueva casa reinante, la de Saboya, votada en el parlamento tras el destronamiento de Isabel II. Pero la duración de este intento de monarquía democrática fue apenas de dos años, finalizando con la salida de España de Amadeo I.
A renglón seguido, los españoles habían asistido impávidos a la proclamación de una república que duró otros dos años y que fue presidida en tan breve espacio de tiempo por cinco presidentes con ocho gobiernos distintos. El retorno al trono de los borbones supuso la restauración monárquica en la persona de Alfonso XII, algo que fue contemplado con ilusión por un pueblo necesitado de estabilidad después del llamado sexenio revolucionario. Sin embargo, la prematura muerte del joven rey, sumió de nuevo al país en un interregno lleno de incógnitas y de dolorosas derrotas de nuestro Ejército y de nuestra Armada que concluyeron con la pérdida de los restos del imperio tanto en América como en Asia.
El reinado de Alfonso XIII propició un nuevo impulso que no tardó en ir diluyéndose en los enmarañados hilos del turnismo. El agotamiento del régimen era patente y nadie parecía poner soluciones sobre la mesa de palacio. Las consecuencias del desastre en Marruecos, la violencia que se fue adueñando de las calles en muchos sitios y las desigualdades creadas por una complicada situación económica fueron creando un clima propicio para que se produjera la tentación golpista de tan hondo arraigo en la tradición decimonónica de España.
Decía al comienzo que este fue un golpe peculiar y ello se deduce, entre otras cosas, de la manera en que se produjo. La primera es atribuible al gobierno de García Prieto. Salvo el almirante Aznar y Santiago Alba, el resto de ministros se mostraron de forma pusilánime sin ofrecer una respuesta firme, lo que determinó que al rey tampoco se le ofreciera por parte del gobierno una salida política frente al militar golpista.
La segunda es, sin duda, la favorable acogida que tuvo la llegada de Primo al gobierno, no solo ante la opinión pública, sino también entre los intelectuales, la prensa e, incluso en un primer momento, ante la clase política. Pero Primo de Rivera era un hombre de excesos y frente a sus indudables aciertos, que le hubieran convertido en un héroe para la historia, cometió el error de intentar perpetuarse en el poder, anulando la constitución y remedando a los políticos a los que había sucedido.
Reproducimos a continuación un extracto del capítulo X del libro “Juan Bautista Aznar. Un marino en la corte de Alfonso XIII”:
… Alhucemas informó al rey a través de un mensaje cifrado de las noticias que tenía de Barcelona y le rogó que cuanto antes regresase a Madrid. A continuación, comunicó telefónicamente con Santiago Alba, que seguía en San Sebastián como ministro de jornada, para ponerle al corriente de que el intento de pronunciamiento era inminente. La reacción de uno y otro fue bien distinta. El rey, conocedor de la forma de ser de Primo, no había terminado de creerse que la amenaza fuera más que eso, una nueva fantasía del general, y retrasó deliberadamente su viaje a Madrid al día siguiente. Por su parte, Alba, sabiendo que él era uno de los objetivos de los militares, reaccionó de manera contundente y se ofreció al presidente para ir a Barcelona acompañado del almirante Aznar -con el que había hablado y sabía perfectamente que era contrario a la intentona militar- a detener al culpable y restablecer el orden. Alhucemas le pidió calma y convocó el Consejo a media tarde en su casa. Quería que la reunión pasase desapercibida a los medios de comunicación, que ya estaban sobre aviso de que algo grave estaba sucediendo.
Una vez llegados todos los ministros menos Alba a casa del presidente, este les informó de las gestiones realizadas con el rey y con el ministro de Estado y del ofrecimiento de este último para desplazarse a Barcelona. También les comentó que la comunicación con Primo a través del general Aizpuru había fracasado así que, después de una intensa deliberación, decidieron enviar a Portela Valladares a Barcelona “en representación del gobierno con las omnímodas facultades para que con su arbitrio pudiera actuar allí”, ya que Portela mantenía muy buenas relaciones en la Ciudad Condal desde su época de gobernador civil y confiaban que pudiera hacer retroceder a Primo.
Hasta ese momento la postura más firme frente al golpe la habían mantenido el ministro de Estado, Alba, y el almirante Aznar. Fue este el que puso encima de la mesa una propuesta.
El testimonio nos lo da Luis de Armiñán, último ministro incorporado al Gabinete, en la declaración que realizó ante la Comisión de Responsabilidades creada en el Congreso en el año 31 para depurar las responsabilidades del golpe militar:
“...Advirtió la energía con que el ministro de Marina Señor Aznar entonaba el espíritu a todos los ministros en el sentido de resistir, y cree recordar si no es frágil la memoria, una frase que con la ironía característica de la región de que es originario, que “Felipe II había contribuido al movimiento de Primo de Rivera, fijando la capitalidad de España en Madrid, porque si esta estuviera en un puerto de mar, hubiera bastado la presencia de la escuadra para hacer ineficaz el movimiento”. Recuerda estos detalles para hacer patente la gestión inmediata del Consejo para buscar la autoridad que había de sustituir inmediatamente a Primo de Rivera y sin discrepancia se pensó en el general Weyler que estaba a la sazón en Mallorca en su predio de Son Roca y fue el ministro de Marina, el que de acuerdo con el presidente y los demás ministros quiso hacer personalmente la gestión por el conducto de la marina acordándose dirigir al comandante del puerto de Palma de Mallorca para que este pusiera en conocimiento del general Weyler el ofrecimiento del gobierno, y si aceptaba como suponían, darle todos los medios para el mejor cumplimiento de su misión; poco tiempo después (el Consejo duró hasta las once de la noche) tuvieron conocimiento de la aceptación del general Weyler, el cual contestó, por cierto, que no desembarcaría en Barcelona, sino en Tarragona por tener una gran confianza en la lealtad del general que mandaba la división de aquella plaza…”.
Cuando recibieron la respuesta telefónica del general Weyler, Aznar procedió a dar las órdenes oportunas para que, desde Cartagena, saliera inmediatamente un destroyer a recoger a Weyler en Mallorca. Una vez puesta en marcha la operación, y después de varias horas de intenso debate, decidieron aplazar la reunión con la recomendación del marqués de Alhucemas de que se mantuvieran atentos al teléfono por si fuera necesario reunirse nuevamente durante la noche.
Entre tanto, en San Sebastián, el ministro de Estado meditaba los pasos a seguir. Había confirmado las noticias de lo que se estaba fraguando y finalmente decidió que lo mejor era separarse del Gobierno para facilitar a sus compañeros una hipotética negociación con Primo de Rivera. …
Para la monarquía, el golpe de Primo supuso el comienzo del fin del reinado de Alfonso XIII, mientras que para la historia de España la llegada de la república con su derivada más directa de la guerra civil supuso el paréntesis democrático más sangriento y doloroso de nuestra historia.
Dicen muchos que la historia es cíclica y que los hombres tenemos la extraña cualidad de no aprender de nuestros errores. Superado el paréntesis de la dictadura, y al amparo de la Constitución del 78, España ha vivido el mayor período de paz y prosperidad de nuestra reciente historia y hoy, de manera increíble, se está despreciando el esfuerzo de la transición, poniendo en peligro real el futuro inmediato, algo que creo que debe ser objeto de reflexión tanto de la clase política como de la ciudadanía.
Luis Aznar Fernández
Ex secretario primero del Senado