El tren de la vergüenza, de España a México
Ahora resulta que los escándalos no solo nos alcanzan; nos atraviesan. Vienen desde España, no en galeón, sino en forma de contratos inflados, visitas discretas y asesorías de millones de euros. ¿El protagonista? Un empresario español, Víctor de Aldama, con el respaldo de un exministro, un operador político y una voluntad sistémica de hacer negocios.
En 2019, De Aldama aterrizó en la capital mexicana como quien viene a plantar una semilla. Pero no una semilla de cooperación, sino de influencia disfrazada de asesoría técnica, un eufemismo con tantos ceros que marearía hasta al mismísimo Quevedo.
No es solo concreto, acero y promesas. El Tren Maya también transporta cinismo, corrupción y el eco oxidado de lo que se ha normalizado como “transformación”. Sí, el tren avanza. Pero no hacia el futuro, sino hacia el pantano eterno del sistema: el de siempre, el que huele a sudor público y a manos privadas.
Los mismos de siempre, ahora con acento peninsular
Reuniones con Jiménez Espriú. Encuentros con Monreal. Un contrato para Ineco, esa empresa cuya especialidad no parece ser tanto el transporte, sino el escándalo.
Después llegaron Azvi y Grupo Indi. Casi 10 mil millones de pesos por el Tramo 3 del Tren Maya en México. Y como si la discreción fuera ley en esta administración, se les dieron otros cuatro millones para participar en el Tramo 5 Sur. Más contratos, más obras, menos preguntas.
Hasta que la Auditoría Superior de la Federación dijo basta.
La estructura de la impunidad
Porque el Tramo 3 no es solo un error de cálculo. Es una advertencia estructural: terraplenes erosionados, rampas colapsadas, durmientes con concreto desprendido como si hubiesen sido construidos por un primo o un compadre.
La ASF levantó la voz. Incluso la FGR —esa institución a la que le cuesta tanto encontrar culpables en las alturas— recibió denuncias penales por materiales de mala calidad y pagos indebidos. Pero eso, en el país de las promesas blindadas por la narrativa, apenas merece un susurro presidencial: “Que se investigue”.
Y ahí termina todo. Porque aquí lo importante no es construir bien, sino inaugurar a tiempo y filmarlo con dron.
No hay justicia ni para la selva ni para los durmientes partidos. Solo hay silencio, concreto agrietado y un modelo de negocio que huele a Europa, pero se ejecuta con la impunidad de América Latina.
Ahora vendrán las defensas. Los comunicados. Los “no sabíamos”. Porque nadie sabe nada. Nadie firmó. Nadie conoció a De Aldama, aunque lo recibieran como socio estratégico. El tren seguirá su curso, aunque la ética se haya bajado hace kilómetros, harta de tanto cinismo.
Lo que queda es mirar con rabia, con esa rabia que no construye nada, pero que al menos no se calla. Esa rabia que escribe, que denuncia, que incomoda. La que no celebra trenes si en sus vagones viajan el desdén, el clientelismo y la repetición grotesca del poder.
Quizá algún día podamos construir algo sin que nos roben primero. Por ahora, solo queda mirar cómo avanza este tren sin frenos, directo hacia el abismo, cargado de promesas rotas y durmientes partidos.