Tim Behrens, Londres, Lucian, La Coruña, César (III)
—¿Quieres decir que decidiste venir a vivir aquí? —me preguntó una vez un afable gallego que conocí en una fiesta
—Sí. —Debe de gustarte mucho el caos.
-Sí, esa es una buena manera de expresarlo. Quizá por eso me siento verdaderamente en casa por primera vez en mi vida.
Estas afirmaciones aparecen al final de “Poniéndose ya el abrigo”, la segunda novela, autobiográfica, de Tim Behrens: una crónica reveladora para comprender la última parte de la vida y obra del pintor inglés desarrollada en Galicia.
Leí este libro en verano, después de las exposiciones dedicadas al artista en la Galería La Marina de A Coruña. Lo utilicé como parte de la documentación para este ar culo, en busca del hilo invisible que tejiera el viaje del pintor errante, de costa a costa, de Chipre a la Toscana, de la Costa Brava y Andalucía, hasta el finisterrae del mundo herculino.
Debo decir que la obra superó con creces mis expectativas, tal es su calidad y orden textual, la hondura que late bajo cada escena, la cotidianidad luminosa con que el autor retrata sus días en las Alpujarras. Behrens tenía una determinación absoluta para la pintura; su posición cómoda le habría permitido ser cualquier otra cosa en la vida, pero eligió pintarlo todo.
Publicada en 2011, la novela es una analepsis continua, un ir y venir entre capítulos situados a finales de los años ochenta y otros que retroceden tanto a la infancia como a los años sesenta, como si la memoria respirase en dos tiempos.
La españolidad en él no es pose, sino filia: brota desde sus vacaciones adolescentes en Andalucía, pasa por las correrías en los Sanfermines y la atracción atávica por toros y flamenco, con la intuición—siempre clara— de que aquí había algo suyo.
La trama vital de PYEB, “empieza y acaba” en 1988, el mismo año en que publica la magistral novela de culto El Monumento (“ En 1987 pasó algo impensable, dejé de pintar para escribir un libro, me hice adicto a la escritura y no volví a pintar hasta 1990”) una elegía refinada que, basada en los diarios de sus protagonistas, reconstruye la historia de Úrsula y Justin —su cuñada y su hermano—, fallecidos en Sudán con apenas un año de diferencia.
Habíamos visto en las entregas anteriores de esta trilogía como Behrens rompe, de manera abrupta y para siempre, su honda amistad con Lucian Freud: una herida a medio cerrar que lo acompañaría toda la vida.
Tras aquella fractura —tan silenciosa como definitiva— se traslada con su familia a Italia, llevando ya en la piel la é ca férrea del maestro alemán:
El tiempo entendido como materia sagrada, aprovechado hasta el último aliento; una disciplina severísima que convivía, paradójicamente, con cierto desdén aristocrático.
En Italia, su proceso vital y pictórico sigue un curso natural y continuista.
Arrebatado por los maestros del Quattrocento: De Piero della Francesca a Paolo Uccello y Filippo Lippi, admira la dimensión narra va de la pintura, aunque no en el sentido literario del término - recuerdo esa cita suya tan ocurrente, en una entrevista del año 2000, donde afirma que quiere pintar “pictóricamente, no poéticamente”.
Es por ello que, cuando Behrens se instala en La Coruña para reescribirse y reinventarse, ya estamos ante una gran personalidad ar s ca, con una inspiración madura y un bagaje vital que lo sostienen con solidez. Su integración en la ciudad — en la comunidad de artistas y en los circuitos más underground— resulta casi ejemplar: un caso marcado por su grandeza interior y por una calidad humana que impresionaba incluso a quienes lo conocían de pasada. Estamos en 1990 y Tim retoma la pintura con todo su arsenal, con una energía nueva. Expone con frecuencia, retrata rostros y cuerpos desnudos, pinta paisajes urbanos y captura instantáneas de la Galicia que lo enamoró hasta decidir vivir aquí. A estas alturas, la representación de la figura humana —a la que en sus inicios había sido tan re cente— se ha conver do ya en una seña singularísima de su obra, casi en su emblema natural.
Enseguida entabla amistad con el pintor Espona y con el arquitecto —y visionario galerista por entonces— José Ramón López Calvo, a quien debo, y agradezco, mi propio acercamiento y descubrimiento de la vida y la obra de Tim Behrens.
Pero entre todas las amistades que fragua en la ciudad, la de César Otero adquiere un peso casi narra vo. Ambos compar an esa é ca silenciosa del trabajo: pintar como necesidad fisiológica, como respiración, como forma úl ma de comprender el mundo.
Otero —pintor visionario, experimental y adelantado a su tiempo— vivió 52 años atravesados por felicidades breves y pérdidas hondas, sosteniéndose en la pintura con un rigor limpio y una dignidad que impresionaba; había estado ligado a los grupos ar s cos de la postmodernidad ochentera en Galicia. Él funciona, de algún modo, como puente entre el movimiento Atlántica y esa escuela local para el recién aterrizado en la ciudad, Tim.
Y, como sucediera con Tim en el Londres de los cincuenta —y contradiciendo a Kitaj —, César tampoco se doblegaba ante la nueva primacía de la abstracción ni del primitivismo atlántico. Ambos compartían una misma fidelidad: Una figuración inquieta, experimental, sagaz, abierta siempre a mutar sin traicionarse.
Julian Barnes sostiene en sus ensayos críticos que el arte acaba siempre flotando por encima de la biografía que, en última instancia, todo es cuestión de perspectiva.
En el caso de Tim Behrens, sin embargo, vida y obra no se superponen: emergen juntas, como dos corrientes inseparables sostenidas por una calidad humana excepcional filtrada en cada pincelada.
Su mirada de principiante y su gran generosidad, nos regala la cita del autor que entrecierra esta trilogía —extraída de una breve autobiografía escrita para un catálogo— expresa el profundo respeto por su profesión y la admiración sincera que siempre sin ó hacia sus interlocutores gallegos:
“De vez en cuando algún desconocido me pregunta: ¿No eres tu el pintor de la Escuela de Londres? Pues no. Llevo muchísimos años Sin vivir en Londres, y cuando vivíamos allí no teníamos tulo de Escuela. Aquí hay magníficos pintores: Carpo, Nitodavila, Encinar, Peteiro, César, Xo , Diana Aitchison, Chelín, Espona ….. Prefiero ser de la Escuela de La Coruña.”