La resiliencia negativa
Existe un error muy extendido -casi enternecedor- en la percepción popular: confundir resistencia con virtud. En ese equívoco vive instalada buena parte del análisis político contemporáneo cuando observa a Pedro Sánchez y, boquiabierta, murmura: “es increíble lo que aguanta”.
No. No aguanta.
Carece del órgano que sufre.
Desde una perspectiva estrictamente humana -no ética, no moral, no civilizatoria- la conducta de Sánchez resulta fascinante. No admirable: fascinante, como lo es un parásito perfectamente adaptado a su huésped. Su resistencia no procede del carácter, sino de la ausencia de fricción interior. Nada le duele porque nada le atraviesa.
En términos psicodinámicos, nos encontramos ante un individuo hiperfuncional bajo estrés, inmune a la culpa; refractario a la vergüenza y totalmente anestesiado frente al daño colateral. Su entorno no decide: orbita. No discrepa: obedece. No corrige: justifica.
Como en toda estructura sectaria, el líder no debate: irradia. Y los fieles, como en las sectas suicidas de manual, no siguen ideas: siguen carisma, incluso cuando el precipicio ya es visible.
Sánchez no solo sobrevive a la adversidad: se alimenta de ella. Cada caída ajena es una proteína más en su dieta de poder. Cada imputación cercana, un escudo narrativo. Cada escándalo, un distractor útil. Nada le debilita salvo una cosa: no ser atacado. Por eso ataca primero. Por eso ataca siempre.
Desde fuera, su figura aparece erguida, casi heroica: vista al frente, paso firme, mandíbula tensa, ministr@s bien pagad@s. Pero no es valentía. Es soberbia sin coste emocional. Muchos en el PP -confusos, acomplejados- llegan incluso a desear que Sánchez fuese su líder. “Con uno así, Europa sabría lo que pasa en España”, dicen. Ignoran que Sánchez, en la oposición, habría reducido a Feijóo -o, a cualquiera- a una anécdota administrativa en Bruselas. Lo habría cercado, aislado, desacreditado y expulsado del tablero con precisión quirúrgica.
¿Por qué?
Porque juega sin las reglas de la psicología humana normal. Aquí entra el concepto clave: la resiliencia negativa.
Tradicionalmente, la resiliencia se define como la capacidad de un sistema biopsicosocial para recuperar su equilibrio tras una perturbación. Es decir, sufrir, procesar y volver.
Pero ¿qué ocurre cuando no hay sufrimiento?
¿Qué ocurre cuando el sistema no intenta regresar a ningún estado anterior porque nunca estuvo equilibrado?
Eso es la resiliencia negativa.
La resiliencia tóxica se manifiesta cuando un individuo no afronta la adversidad mediante adaptación sana, sino mediante mecanismos defensivos patológicos: negación permanente, disociación emocional, externalización de la culpa y sustitución de la realidad por relato. El sujeto no se recompone: se enquista. No aprende: se refuerza. No rectifica: persevera.
Cualquier ser humano mínimamente funcional colapsaría bajo la presión combinada de:
• Tribunales cercando a su mujer y a su hermano.
• Un máster fantasma convertido en símbolo.
• La sombra persistente de negocios familiares turbios.
• La UCO rastreando ministros y colaboradores.
• Denuncias internas por acoso.
• Socios chantajistas exigiendo peaje diario.
• Presupuestos rechazados sistemáticamente.
• Propuestas derrotadas en el Parlamento.
• Investigaciones que brotan como hongos.
Cualquiera menos Sánchez.
¿Por qué? Porque Sánchez no procesa la realidad: la reemplaza.
Su placebo colectivo -el anestésico moral de sus bases- ha sido un cóctel perfectamente dosificado: ecologismo apocalíptico, feminismo de consigna, lenguaje inclusivo como liturgia, memoria histórica rebautizada tácticamente como “democrática”, okupación moralizada, inmigración instrumentalizada, profanaciones simbólicas y resignificación constante del pasado. No son políticas: son cortinas de humo psicológicas.
Todo ello al servicio de un único objetivo: la consolidación progresiva de una dictadura democrática, barnizada por una monarquía funcional donde el rey, reducido a buhonero institucional; mequetrefe y carnudo, sobrevive porque come de la mano que le da de comer.
Sánchez no siente.
No padece.
No sufre.
Su resiliencia negativa actúa como un sistema de autodefensa psicótica perfectamente estable. No oye. No registra. No internaliza. Vive en una fantasía infantil donde el juguete -el poder- nunca se rompe. Y su juguete tiene nombre: la nación de naciones.
Un proyecto que incluye pactos líquidos sobre Ceuta y Melilla, Canarias, inmigración delincuente como moneda opcional, consultas constitucionales inducidas, levantamientos territoriales programados, un ejército demográfico agradecido y una meta final inequívoca: blindaje judicial perpetuo.
En definitiva, no estamos ante un resistente.
Estamos ante un insensible estructural.
Y eso, en política, no es fortaleza.
Es peligro.
Conclusión:
No habrá caída épica.
No habrá redención.
No habrá despertar colectivo.
Los individuos como Sánchez no caen por agotamiento, salvo por un cancer terminal -como se rumorea sin pruebas- porque nunca se cansan; caen cuando el sistema que parasitan colapsa. Y mientras tanto, el país despertará un día sin saber exactamente cuándo y cómo perdió lo que era.
El sanchismo, de momento, seguirá gobernando como mínimo 4 años más, hasta que se derrumben los pilares de la economía, la convivencia y la UE.
Y como hipótesis, será entonces, cuando como el 2 de mayo de 1.808, Madrid se levante y todos a una, la resistencia popular desemboque en una guerra total contra la ocupación sanchista y posiblemente alagüita, cambiando de nuevo y una vez más, el destino de España.