La mirada del centinela

Padre

Mi padre es dependiente, otrora un hombre fuerte que ahora depende de mí. Me necesita para ponerse en pie cada día, para caminar al baño, para sentarse a la mesa y comer el desayuno que le preparo después de colocarle las pastillas de turno, esas que ha de tomar mañana, tarde y noche. Depende de mí como yo dependiera de él tantos años; incluso ahora, dependo también de su amor filial, del recuerdo de mí que solo él atesora en su cabeza herida, de su sentido del humor inteligente que me deja en herencia. 

Tose demasiado. Los órganos vitales se debilitan, la roca que fuera se ha convertido en un cristal delicado que debo manipular con prudencia. Porque mi padre ya no es tan paciente, se enfada con facilidad y la vida parece no compensarle, no desea ser una molestia. Sabe bien que mi esfuerzo, mi sacrificio, desgarra mis músculos y retuerce mis huesos. Y yo le animo, y canto, y cuento tonterías que hagan más fácil la cotidiana existencia de las personas que no son libres del todo. A falta de movimiento, yo me acoplo a su cuerpo y propulso el motor que dejó de arrancar. Soy su guía, entrelazamos los brazos y le sostengo, como si bailáramos un baile nuevo, un paso lento y arrastrado a lo largo del pasillo de casa, sin melodía, como una procesión donde sobran las voces y el silencio es testigo de nuestra devoción. 

Mi padre es dependiente, y yo también. Dependencia de los momentos que un padre y un hijo comparten. La vida le ha vapuleado, como a tantos, le ha robado salud y le postra en la cama, en el sillón, donde yo le acomode. Le levanto como la naturaleza levanta sus árboles, esperando el fruto que no madura nunca. O sí, porque todavía está conmigo y hay que agradecerlo. Su ausencia será la mía. Cuando se marchan, se llevan sus recuerdos consigo, desaparecemos con ellos. 

Mi padre depende de mí. Yo dependí de él. Dependencia mutua, de raíces y sangre, de amor incondicional, de sufrimiento y risas. Hoy es el día del padre, todos lo son. Cada día mi padre me recuerda que hay un padre que vela por nosotros. Un centinela que observa, la sombra que te acompaña, una luz que ilumina el camino. Jesús dijo: Venid a mí todos los que estáis cansados y oprimidos, y yo os aliviaré. Busco alivio en el Padre, mi padre busca alivio en mí. Y yo siento el alivio de serle útil, de hacerle más llevadera la vida. Siento alivio al estar ahí, presente junto a él, ayudándole, sujetando su pesado cuerpo, como él me sujetara desde mi nacimiento. El día del padre es hoy y todos los días. Te quiero, padre. Ya no conservas tu antigua fortaleza, pero la fuerza de la memoria siempre queda, como quedan las lecciones de vida que un padre imparte, las palabras dichas, el amor recibido, el baile lento y arrastrado con que cada mañana remontamos el día.