El oportunismo sanchista
(Glosa de la España okupada)
Está más que claro: Pedro Sánchez y su cuadrilla no gobiernan un país, administran un botín. Y entre ladrones anda el juego.
Su fórmula es sencilla: premiar al que no produce y castigar al que trabaja.
El resultado, devastador.
La vivienda -ese derecho que antaño era conquista del esfuerzo- ha pasado a ser hoy el botín de los okupas, el trofeo de los maleantes, y el instrumento de manipulación política más rentable del “sanchismo”.
Mientras miles de familias españolas, con décadas de cotización y esfuerzo, no pueden acceder a un techo digno, los recién llegados, los drogadictos reciclados en víctimas sociales, y los que han hecho del parasitismo su forma de vida, disfrutan de un trato preferente, subvencionado y bendecido por decreto.
Aquí la hospitalidad ya no es virtud: es negocio electoral. Basta llegar -por tierra, mar o bajo un camión- para tener derechos que el español de nómina no tiene ni en sueños.
El inmigrante, aunque venga expulsado de una cárcel marroquí o hastiado de delinquir en su país, accede antes que un pensionista español a las ayudas, los albergues, y hasta los pisos cedidos por Cáritas o por cualquier ayuntamiento “solidario”.
Sin papeles, sin requisitos, sin vergüenza y con orgullo.
El español pobre, mientras tanto, debe justificar su miseria con certificados, padrón, empadronamiento y humillación.
El gobierno de Sánchez -esa cofradía de okupas (incluido en monclovita con despacho oficial- ha encontrado la cuadratura del círculo: en vez de construir vivienda pública, legaliza el robo privado.
Y como los okupas votan, se les protege.
Como los okupas asustan, se les ampara. Y como los okupas sirven, se les legitima. Todo encaja.
Es más barato dejar que los delincuentes invadan propiedades ajenas que invertir en vivienda social. El resultado: miles de propietarios sin casa y con facturas, pagando la luz, el agua y la comunidad de quienes los han despojado de su techo.
Y por si fuera poco, se les reconoce el voto, la residencia, la pensión y hasta el aplauso moral de los bienpensantes y especialmente de los endófobos.
El gobierno, que no sabe producir riqueza, ha encontrado el modo de fabricar votantes: a golpe de decreto y de subsidio.
Mientras tanto, ¿qué hacen los demás?
El jefe del Estado, Felipe sexto izquierda, tal y como ella quería, vive como un rey, pero calla como un peón.
El líder de la oposición, vive del cuento, convencido de que la prudencia da votos, aunque solo reparta tedio, y en el peor o mejor de los casos, le espera la presidencia de la República gallega.
Y Europa, ese circo de parásitos subvencionados, continúa dictando normas absurdas, agendas impostadas y leyes que disuelven las raíces, las tradiciones y la propiedad.
Todo en nombre del progreso, mientras se castiga al honrado propietario como si fuera un delincuente.
Se le impide disponer de su vivienda, aunque la haya pagado con el esfuerzo del trabajo y sea la única, porque los cortos de cerviz, esfuerzo y valores, han decidido que tener pisos no es una inversión como otra cualquiera. Es una inversión que podría permitir al gobierno gastar ese dinero destinado a los sintecho en chiringuitos y dádivas para ellos (.!.) para que cuando lleguen al poder se conviertan en multipropietarios de pisos.
Sin embargo, nadie cuestiona a quienes acumulan Ferraris, yates o acciones. El pecado no está en tener, sino en tener un techo y no compartirlo con el votante potencial del "Sanchismo" en nombre del falso PSOE.
De ahí a la confiscación solo hay un paso. Y ese paso ya se está dando bajo la máscara de la “Ley de Seguridad Nacional”, que permite requisar bienes privados en situaciones de crisis.
¿Y qué es una crisis?
Exactamente lo que el gobierno decida que lo sea.
El “sanchismo” ha convertido la inseguridad jurídica en dogma de Estado. Ha corrompido el principio de propiedad, ha degradado el mérito y ha institucionalizado la rapiña como política social.
Hoy robar un piso no es delito, es un acto de justicia social. Y quien lo denuncia, un facha sin empatía.
Pero los barros de hoy serán los lodos de mañana. Cuando el Estado roba para mantener a los suyos, el siguiente paso es robar al ciudadano para mantener el poder.
Y en ese horizonte cada vez más oscuro, no será raro que pronto el gobierno determine cuánto podemos gastar, qué podemos poseer y hasta cuánto podemos callar.
Porque el socialismo, cuando pierde las urnas, siempre busca refugio en la propiedad ajena.
Y cuando se instala en ella, no se marcha. Exactamente igual que un okupa.