El ojo del tigre
Hoy, 29 de julio, es el Día Internacional del Tigre, el más grande de los felinos. Un animal bello, majestuoso, símbolo de poder. El tigre causa terror, admiración y asombro. Aniquila humanos, siembra la noche de miedos que crecen hasta convertirse en pesadillas naranjas con rayas negras. Se le respeta y se le esquilma a partes iguales. Se comercia con su cuerpo, se le persigue, es diezmado en su hábitat natural por cazadores furtivos que arriesgan su vida, obsesionados por abatir al animal más sublime que pisa la corteza terrestre.
El tigre es parte de nuestra cultura popular. En el plano boxístico, hay dos películas que corrieron distinta suerte en la gran pantalla. Por un lado, “El tigre de Chamberí”, con un José Luis Ozores como aprendiz de púgil, un clásico de nuestro cine, con Tony Leblanc, Julia Caba Alba y Antonio Garisa entre los intérpretes del film. Largometraje de 1957 dirigido por Pedro Luis Ramírez, que antes dirigiera “Recluta con niño” y “Los ladrones somos gente honrada”, también protagonizadas por José Luis Ozores.
La otra película es “Rocky”, la saga del boxeador que asciende desde los infiernos al cielo pasando por un ring. No en vano, el autor de la obra, Silvester Stallone, nació en Hell´s Kitchen (la Cocina del Infierno), barrio de Manhattan. La película, que cumplirá su 50 aniversario el año próximo, nos cuenta la historia de un boxeador de tercera categoría que no tiene fe en sus posibilidades como púgil. El film, ganador del Óscar de la Academia a la mejor película, nos deleita con una motivadora banda sonora, pero será en la tercera entrega de la saga donde aparece nuestro felino, el tigre, en la ya mítica canción de Survivor “Eye of the tiger”. La anécdota de este himno es que estuvo a punto de no ser el elegido para la película. Stallone apostaba por “Another one bites the dust” de Queen. Sin embargo, la canción de Survivor ejemplifica cómo un buen tema, la música adecuada, es capaz de narrar tan bien como un guion.
Y esa canción nos habla del ojo del tigre, de levantarse y seguir luchando, de asumir riesgos, de mantenerse en pie frente a la adversidad. Nos dice que no debemos perder el control sobre nuestros sueños, que mantengamos la mirada de un tigre, impasible al desaliento. Dos películas tan lejanas a priori, con dos tigres en apariencia distintos, o no, que luchan y aguantan sobre la lona del cuadrilátero porque les sujeta un mismo sentimiento, una misma emoción… el amor. Amor hacia una mujer que llora por ellos en la grada mientras el público a su alrededor jalea a los boxeadores para que acaben con su rival. Cada uno de nosotros luchamos en el ring de la vida y necesitamos un motor que nos mueva, una motivación que nos empuje al éxito, que no es otra cosa que intentar a diario serle útil al prójimo. Y habrá un tigre, y una canción, y sueños que cumplir. Y mantendremos la postura felina del que cae y se levanta rápido, los ojos del tigre que miran con la paciencia de saber que uno es capaz de lograr aquello para lo que está destinado, la fuerza que solo el amor es capaz de impulsar. Nos levantamos y ahí está el ring, el rival que espera, los golpes que acechan, la amenaza que avanza sigilosa como un tigre. La película donde somos protagonistas, donde la realidad noquea a la ficción; donde, antes de besar la lona, suena una banda sonora en tu cabeza que te carga de energía. Entonces, ya eres un tigre decidido, sabes que vas a ganar, sabes que hoy el triunfo es tuyo, que nadie te arrebatará la gloria.