La Receta

Normas divinas para un cuerpo sano: la medicina de las religiones

Desde los albores de la humanidad, lo sagrado y lo saludable han caminado de la mano. Antes de que existieran hospitales, laboratorios o manuales de medicina, las comunidades confiaban en la voz de sus dioses, en las palabras reveladas y en las costumbres transmitidas por ancestros y profetas. En esas normas, muchas veces de apariencia espiritual, late un interés profundo por la higiene, la alimentación y la preservación de la vida.

En la tradición judía, las páginas del Levítico y el Deuteronomio abundan en prescripciones que hoy reconoceríamos como medidas higiénicas o dietéticas. El pueblo de Israel, errante en el desierto, encontraba en la ley mosaica una guía no solo espiritual sino también práctica: qué alimentos podían consumirse, cómo debían sacrificarse los animales, o la importancia de la purificación con agua después de determinados contactos no son únicamente un modo de distinguir lo puro de lo impuro, sino una manera de cuidar la mesa, de mantener la comunidad unida en torno a reglas que evitaban riesgos sanitarios en un tiempo sin refrigeradores ni conservantes.

El islam heredó y transformó estas enseñanzas. En el Corán se enumeran igualmente alimentos lícitos (halal) e ilícitos (haram). La carne de cerdo y la sangre derramada quedan prohibidas, mientras que el ayuno del mes de Ramadán introduce una disciplina corporal que no solo fortalece la fe, sino que también purifica el organismo. La ablución antes de la oración es un gesto espiritual, pero también una rutina de higiene: manos, boca, nariz, rostro, brazos y pies lavados varias veces al día en un ritual que asegura la limpieza personal.

El cristianismo, al expandirse en el mundo grecorromano, suavizó algunas de estas normas alimentarias, pero conservó una visión ascética del cuerpo. El ayuno y la abstinencia, practicados desde los primeros siglos, buscaban la purificación del alma, pero también imponían una pausa a los excesos de la mesa. Los monasterios medievales, además, fueron guardianes de la higiene: no faltaban en ellos lavatorios, y prácticas que, aun con un sentido espiritual, tenían un efecto positivo en la salud.

Las religiones de la India ofrecen otro universo de normas donde lo sagrado toca lo saludable. El hinduismo, con su tendencia al vegetarianismo, ha mantenido durante siglos una dieta que reduce riesgos asociados al consumo de carnes en climas cálidos. El ayurveda, más que una medicina, es una filosofía de vida: equilibrio de los humores, respeto a los ritmos naturales, cuidado del cuerpo como templo del alma. El budismo, aunque diverso en sus prácticas, comparte la idea del control sobre los deseos, incluida la alimentación, y el valor del ayuno como vía de disciplina.

En China, el confucianismo y el taoísmo no establecen leyes dietéticas tan estrictas, pero sus textos transmiten un respeto profundo por la armonía entre cuerpo y cosmos. El taoísmo, en particular, habla de la respiración, de los ejercicios corporales y de la dieta como elementos de prolongación de la vida. La medicina tradicional china, que hunde sus raíces en estas doctrinas, ha sido durante siglos una forma de unir lo espiritual y lo corporal, lo visible y lo invisible.

En África y en América precolombina, las religiones ancestrales también cuidaron la salud a través de ritos y tabúes. Las prohibiciones sobre ciertos animales, la separación de enfermos, la purificación con humo o con hierbas, tienen un trasfondo religioso, pero al mismo tiempo un evidente sentido profiláctico.

Las reglas que hoy podemos leer como severas o enigmáticas fueron, en su tiempo, un modo de transmitir cuidados de generación en generación, revestidos de autoridad divina para garantizar su cumplimiento. El agua, el ayuno, la dieta, la limpieza del entorno, el rechazo a lo corrupto o lo impuro: todo ello construye un hilo invisible que une religiones y culturas bajo una misma preocupación.

Al mirar con distancia histórica, descubrimos que las grandes religiones, más allá de sus diferencias teológicas, comparten un mismo afán: preservar la vida, cuidar la salud y proteger a la comunidad. Hoy, en la era de la ciencia y la medicina, podemos reconocer en aquellas normas el eco de una verdad perdurable: la salud es sagrada, y cuidarla ha sido siempre una de las primeras formas de religión.