El liberal anónimo

Navidades, S.A. Luces, gastos y…, ¿un hueco para la familia?

La costumbre es la más poderosa de todas las leyes. —Derecho romano (mos maiorum)

Cuando contemplo las calles engalanadas con luces, colores, estrellas, árboles y fachadas festivas, quiero creer que nuestra Navidad, la de siempre, no ha abdicado en su raíz religiosa para convertirse en un simple fenómeno cultural reflejo de la involución de nuestras costumbres. 

La Navidad ha sido siempre sinónimo de recogimiento y generosa espiritualidad. La mesa puesta, la familia reunida y la misa del gallo marcando el instante. Aquella esencia que nos compelía a compartir tiempo y afecto fue hermosamente evocada en el célebre anuncio que llamaba a la vuelta al hogar con aquel ¡vuelve, a casa vuelve, por Navidad! 

Hoy aquella estampa ha mudado. Lujos, gastos y amistades de temporada relegan a la familia. La publicidad irrumpe desde septiembre, regresa el consumo y alcanzan cifras récord. La Navidad es, sin disimulo alguno, el negocio perfecto, el escaparate más brillante y monetizado de todo el año. 

Este cambio responde a corrientes complejas, la “diversidad cultural”, la secularización, la influencia anglosajona y la digitalización del consumo, todo ha mudado. Las redes sociales amplifican la estética navideña hasta convertirla en exhibición permanente, dando más valor a la imagen que al significado y erosionando nuestra identidad. 

El gasto medio por hogar roza máximos y todo impulsado por regalos, cenas, viajes o experiencias. Las marcas en sus estrategias han encontrado en la Navidad su mayor oportunidad, encadenando campañas desde el viernes negro y alimentando una presión social que confunde emoción con mercancía. 

La transformación va más allá del consumo y muchos padres se han dejado seducir por personajes importados, ¡cómo si la Navidad fuese poca cosa! Pero también atienden a inventos locales, pintorescos unos y abiertamente grotescos otros, que lejos de enriquecer confunden la gracia con la chanza. Así vemos el Olentxero, el Apalpador, L'angulero e incluso el “Tiò de Nadal” —también llamado tronca de Nadal o soca de Nadal— este último es la sinrazón y la grosería en su punto más álgido, un tronco de un árbol que defeca regalos. 

La Nochebuena, culmen familiar, se diluye en una noche más de ocio, cenas y festejos que rivalizan con el fin de año. Lo que fue unión se ha convertido en un mero entretenimiento, reflejo de una sociedad que languidece y que antepone lo trivial a la tradición, la misma que llama costumbre a cualquier ocurrencia. 

Sin embargo no querría pintar la Navidad solamente con tinta sombría, porque aún conserva su magia, su luz —la luz de Dios— y también un resquicio de solidaridad y encuentro, pese a que en ocasiones se oriente más a lo material. Tal vez nuestro desafío para el próximo año deba ser recuperar los gestos, la cercanía y la pausa compartida con nuestras familias, volver a casa, hablar, reír y abrazarnos.

Porque la Navidad es, en esencia, conversación, calidez y esperanza compartida. Un mensaje que trasciende anuncios y promociones. La Navidad, en verdad, sigue siendo nuestra gran oportunidad de recordar que lo más esencial del año no está —ni debe estar— a la venta.