Narcotráfico, corrupción y la pérdida de la ética: la encrucijada de Colombia
Colombia vive hoy una de sus mayores paradojas: mientras a pesar de graves problemas, el país avanza en modernización, apertura económica y acceso a oportunidades, persiste un cáncer que amenaza con destruir cualquier posibilidad de progreso real. Ese cáncer es la alianza nefasta entre narcotráfico y corrupción.
El narcotráfico no solo ha dejado violencia, desplazamiento y miles de muertes; también amplió los niveles de corrupción hasta hacerla cotidiana, casi “aceptada” en muchos ámbitos. La ilegalidad contaminó instituciones, mercados y hasta la vida política. La corrupción, por su parte, se convirtió en el vehículo para garantizar impunidad, blanquear capitales y consolidar fortunas ilícitas. Ambas fuerzas, unidas, han acabado con los cimientos de la ética y la moral en nuestro país.
Hoy no podemos ignorar que si no rescatamos la ética pública y privada, lo que estamos construyendo es una Colombia inviable. Un país donde el mérito se sustituye por el soborno, donde el funcionario corrupto es más temido que sancionado, y donde los ciudadanos terminan creyendo que “hacer trampa” es la única manera de sobrevivir.
La urgencia de un acuerdo nacional contra la corrupción
Así como hemos discutido acuerdos en torno a la paz, a las reformas sociales o a la distribución de recursos, necesitamos —con la misma urgencia— un gran acuerdo nacional contra la corrupción. Pero no de palabra ni de leyes escritas para quedar bien, sino de acciones concretas y verificables.
Ese acuerdo debería comenzar por exigir al Poder Judicial que dé prioridad a todos los procesos relacionados con corrupción. No puede ser que quienes han vaciado las arcas públicas, robando los recursos de la salud, la educación y la infraestructura, sigan caminando tranquilamente por las calles mientras la justicia archiva, dilata o simplemente olvida sus expedientes.
Ética y memoria social
Es necesario también un ejercicio de memoria nacional. Debemos mirar de frente a todos aquellos que se enriquecieron a costa de lo público, que hoy se pasean como “honorables ciudadanos” con arcas llenas de dinero ilícito, mientras millones de colombianos carecen de lo básico. La sociedad no puede normalizar ni perdonar sin justicia: quien roba al Estado roba la esperanza de todos.
La ética no se decreta, se cultiva. Y rescatarla requiere no solo sancionar al corrupto, sino también premiar al honesto. Exigir transparencia en todos los niveles, desde el contrato público más grande hasta el trámite más simple en una ventanilla. Incluir la formación ética en nuestras escuelas, empresas e instituciones. Y, sobre todo, dejar de aceptar la trampa como “astucia” y el robo como “viveza”.
Una Colombia viable
Si de verdad queremos una Colombia viable, debemos entender que no hay reforma social, económica o política que resista la erosión constante de la corrupción. Sin ética, la democracia es fachada; sin moral, el desarrollo es insostenible.
El reto no es solo del Estado: es de todos. Pero corresponde a la justicia dar el ejemplo. Sin castigo real a quienes han saqueado al país, cualquier discurso sobre cambio será solo retórica vacía.
Es hora de la lucha contra la corrupción la verdadera prioridad. Solo así podremos recuperar la ética perdida y construir un país sólido, donde la ética y moral sean las que imperen