La sin memoria democrática
Entre las muchas atrocidades de la Guerra Civil Española, hay una que destaca no solo por su salvajismo, sino por el silencio cómplice que la rodea: la masacre de Ronda, en Málaga.
Allí, en el verano de 1936, poco después del estallido del conflicto, las Juventudes de la FAI (Federación Anarquista Ibérica), en connivencia con otras milicias del Frente Popular, asesinaron a 512 personas, arrojándolas una por una desde el Puente Nuevo, una garganta de piedra de 98 metros de altura.
Risas, aplausos, y gritos de “¡viva la revolución!” acompañaban los lanzamientos. No fue un acto de desesperación. Fue un linchamiento organizado, un espectáculo macabro. Entre las víctimas se contaron mujeres embarazadas, monjas, campesinos, alcaldes, médicos, sacerdotes, niños incluso.
Solo por ser católicos, monárquicos, de derechas o simplemente no estar alineados con los comités revolucionarios.
El historiador británico Paul Preston, nada sospechoso de franquismo, en "El Holocausto Español", recoge cómo en el primer verano de la guerra, en la zona republicana, se perpetraron matanzas indiscriminadas: La violencia se volvió brutal, en algunos casos ritual, como si el sufrimiento del adversario fuera una exigencia revolucionaria. Ronda fue uno de esos lugares.
El testimonio del padre Jesús García, recogido por el periodista Alfredo Amestoy en los años 70, cuenta que una mujer embarazada fue desnudada, humillada, y lanzada al vacío entre carcajadas. Una niña intentó agarrarse a las piedras y recibió un pisotón en los dedos. La madre del padre García fue una de las ejecutadas. Nunca se recuperó el cuerpo.
Y sin embargo, ni una línea sobre este crimen en la Ley de Memoria Democrática de Pedro Sánchez. Ni una mención. ¿Dónde están las asociaciones de memoria que dicen buscar justicia? ¿Dónde están los homenajes institucionales a esas víctimas? ¿Acaso su dolor es menos legítimo porque los asesinos no llevaban camisa azul, sino brazalete rojo y negro?
La memoria democrática de este gobierno es selectiva. Se impone por decreto, se legisla con espíritu revanchista y se enseña en las aulas con parcialidad ideológica. Es una memoria tuerta. Y peor aún: es una memoria manipulada con fines propagandísticos.
Sánchez no busca justicia histórica, sino consolidar un relato donde su partido sea heredero de la virtud y el adversario de la culpa.
Y mientras tanto, el líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, cooperador necesario del Sanchismo que avanza, guarda silencio. Como si no se atreviera a tocar ciertos temas. Como si aún albergara la esperanza de parecer moderado ante los ojos de quienes nunca le darán tregua. Como si solo le importase que Pedro Sanchez materialice cuanto antes su hoja de ruta, para alzarse como presidente de la republica gallega. Su mutismo es una forma de traición. Porque hay momentos en la historia en los que no hablar, es tomar partido por el olvido.
No se trata de reabrir heridas, sino de no mentir sobre las que nunca cerraron. Se trata de decir que en ambos bandos hubo verdugos y mártires. Se trata de recuperar la dignidad de aquellos que fueron masacrados no por lo que hicieron, sino por lo que eran.
En Ronda no hubo guerra. Hubo exterminio ideológico; y negar esa realidad es cometer el mismo crimen, ahora con corbata y escaño.
La verdad no es patrimonio de la izquierda ni de la derecha. Es patrimonio de los hechos, y los hechos gritan desde el fondo de la garganta del Tajo de Ronda, donde aún hoy no se ha colocado ni una placa conmemorativa oficial.
La memoria que excluye, que manipula, que censura o esconde, no es memoria: es propaganda. Y tanto el PSOE como el PP deberían preguntarse si quieren ser partidos democráticos o cómplices del olvido selectivo que los fanáticos agradecen y las víctimas repudian.
Por eso es urgente levantar la voz.
Urge exigir una revisión completa de la Ley de Memoria Democrática, para que deje de ser una herramienta sectaria y pase a ser una ley verdadera, justa y completa. Una ley que incluya a todas las víctimas, sin excepción ni color político. Una ley que reconozca, por ejemplo, la masacre de Ronda, no como un hecho menor o anecdótico, sino como uno de los más horrendos crímenes de odio ideológico cometidos en suelo español
¿Dónde están las placas? ¿Dónde está el monumento en honor a los 512 asesinados? ¿Dónde la declaración institucional del Congreso condenando el crimen? ¿Dónde las exhumaciones? ¿Dónde las palabras del presidente del Gobierno? ¿Dónde la dignidad?
Si no lo hace el poder político, debe hacerlo la sociedad civil. Si no lo hace la izquierda por cálculo, ni la derecha por cobardía, nosotros, los ciudadanos con conciencia, tenemos el deber de recordarlo. Porque el silencio de hoy es la semilla del fanatismo de mañana.
Propongamos por tanto:
- La creación de una Comisión Nacional por la Verdad Total, independiente, con historiadores no sometidos al relato oficial, que documente todas las atrocidades cometidas durante la Guerra Civil y la posguerra, sin sesgo ideológico.
- La inclusión en los planes educativos de todos los crímenes de guerra, no solo los del bando que conviene al gobierno de turno.
La colocación de un monumento conmemorativo en el Puente Nuevo de Ronda, costeado por aportación pública y privada, con los nombres de los asesinados, como símbolo de dignidad y memoria real.
Y una declaración institucional anual, el 18 de agosto, como día para recordar a las víctimas civiles de todas las ideologías, porque el fanatismo no entiende de siglas.
Ronda no puede seguir gritando sola desde su garganta de piedra.
España no puede construir democracia sobre tumbas ignoradas.Y ningún político, ni cobarde ni cínico, debería salir indemne de su silencio.
Nuestra democracia, lamentablemente, es una dictadura de 179 diputados sin escrúpulos, cada uno, dictando desde su parcela de poder, peor aún, que de la que acusan intentando tapar todo lo positivo que envidian de aquel Franco que convirtió la guerra de los suyos en reconstrucción y milagro español, donde todos los ciudadanos tenían un piso propio; una paga de beneficios; un cochecito; una paga del 18 de Julio para sus vacaciones y una paga para pasar las fiestas disfrutando de las compras de Navidad, y de la que no han sido capaces de renunciar, toda esa patulea de desalmados que nos gobiernan y que han convertido la democracia en un sucedáneo de mercaderes.