Madrid es muy frágil
La ciudad de Madrid, tan de moda últimamente, tan atractiva en muchos puntos y tan estresante en otros, está cosida con alfileres. Vive tan al límite de su capacidad que cualquier elemento extraño o sobrevenido la aboca directamente al colapso.
El martes pasado cogí el coche en Avd. de América para dirigirme al Cementerio de San Isidro, donde había quedado con un marmolista. Estamos mejorando el panteón familiar. Es un trayecto en el que se tardan entre 20 minutos y media hora. Se baja Serrano desde López de Hoyos, se cruza la puerta de Alcalá y todo Alfonso XII, giro a la derecha hasta Atocha y túnel hacia abajo. Se entra en “Calle 30” y en 300 metros salida a Pirámides; cruce a Marqués de Vadillo, camino de San Isidro y llegada al precioso cementerio.
Pero ese día nada más cruzar Serrano con Goya, se paró el tráfico. Había salido una hora antes y llegaría media hora después; hora y media de trayecto. ¿Y eso? Pues los médicos habían convocado manifestación en el paseo del Prado y la zona se colapsó. Como había salido a las 10:30 para quedar a las 11:30, hasta las once menos diez no me alarmé, porque no pasaba de Serrano. A las 11:17, viendo que no llegaba, empecé a transmitir por whatsapp a mi citado. Llevábamos ya media hora medio parados.
11:17.- “Hay manifa de médicos en el Prado y estoy atascado, pero llegaré sí o sí.”
11:32.- “No consigo llegar a Atocha pero tu no te muevas, que llegaré”.
11:39.- “He llegado a Atocha. Si todo va bien, diez minutos”.
11:50.- “Pirámides”
11:56.- Aparcado, en 5 minutos.
Aparte de poner a prueba tu paciencia y tus nervios, estas situaciones dan para pensar mucho. Por ejemplo, que todos cuantos hubiesen tenido un billete de AVE, lo habrían perdido. O que algún enfermo grave que viajase en ambulancia podría haber perfectamente muerto. O que los gases contaminantes se habrían multiplicado por cien en ese trayecto…
Madrid está cogido con alfileres. Aparte de una ciudad estresada somos una ciudad que no se queja. No se quejan quienes se tendrían que quejar, que son los madrileños. Como cada día entran en Madrid 800.000 coches (que nadie sabe dónde y cómo dejan el vehículo) el atasco matutino y el vespertino vienen garantizados de por sí. Podríamos decir que es una maldición estructural porque nadie se ha planteado prohibir ese tráfico (con la abstracción de los coches contaminantes en la almendra central)
Pero el equilibrio es tan inestable, tan precario, que cualquier alteración de sus constreñidos parámetros provoca el caos. El martes fue en el Paseo del Prado, la manifestación de médicos contra la MEMA (médica y madre) alias “Pistolilla”, que pasó de líder de Más Madrid en la Asamblea a ministra de Sanidad, con parejo acierto en el ministerio como en la bancada, a lo que se ve.
Pura anécdota. En 2022 hubo 3.758 manifestaciones en Madrid. Y aunque hemos dicho que no hay quejas, no es cierto. Las hay, y muy airadas, de aquellos a quienes no permiten manifestarse por Gran Vía, Cibeles, Atocha, la Castellana…Y como sucede que la protesta de los manifestantes (que por eso son manifestantes) es superior a los de los madrileños pringaos y cabizbajos (que para eso son pringaos y cabizbajos) pues no hay maratón que no colapse desde plaza de Castilla a estación de Atocha, ni paralímpico que no estire sus bicicleta adaptada por Bravo Murillo hacia abajo, ni pro palestino que no despliegue su batucada en mitad de Colón.
En Madrid se terminó lo de ir a ver los domingos a los abuelos que viven en el centro; lo de circular por calles que siempre fueron abiertas y ahora se cierran con cualquier absurda excusa (un parque infantil, un mercadillo de baratijas) Se ha entronizado el atasco, la bocina desesperada de las ambulancias, la media vuelta traicionera para poder recular…y la paciencia, una infinita paciencia que algún día estallará y se llevará por delante a este Alcalde huidizo, incapaz de velar por el bien común, sólo por el bien (ridículo, narcisista, ególatra) de aquellos que si no joden, no disfrutan (comparación muy atinada pero para otros parámetros de la vida)
Madrid es demasiado frágil, está demasiado al límite y genera demasiada mala leche entre los inocentes, para que el señor Almeida no haga nada para gestionar las que deben ser ya 4.000 manifestaciones que nos aplastan. El día que los conductores se desesperen se producirá una confrontación directa entre los sufridores y los abusadores. Un amasijo de coches, banderas, gritos, heridos, eslóganes, tambores, agravios y aullidos, cual nuevo Guernica, cual nuevo Esquilache, inundará Madrid. Quienes rompieron la Vuelta se verán a su vez apaleados y quienes cortaron las calles, sepultados en las vías del Metro. Será la catársis.
Nunca como hoy siento que mi subtítulo es atinado: dies irae.