La Receta

Longevidad y realismo: entre la promesa científica y el cuidado presente

Madrid ha sido, durante los días 1 y 2 de octubre, un escenario doblemente revelador en torno al futuro y al presente de nuestra manera de envejecer. Por un lado, el International Longevity Summit, celebrado en el Colegio de Médicos, reunió a figuras de talla mundial como Steve Horvath (Altos Labs), María Blasco (CNIO) o Aubrey de Grey (LEV Foundation). Los ponentes compartieron avances en inmunología, epigenética y terapias emergentes que apuntan hacia un horizonte esperanzador: no solo prolongar la vida, sino hacerlo con salud y calidad.

El tono fue optimista. Se habló de descifrar los mecanismos celulares del envejecimiento, de la capacidad de influir en la respuesta inmunitaria y de explorar estrategias clínicas ya en marcha en España y Latinoamérica. La idea central: lo que hasta hace poco parecía ciencia ficción empieza a tener respaldo experimental. La longevidad ya no es solo un sueño, sino un campo de investigación serio que atrae talento, inversión y, sobre todo, expectativas.

Ahora bien, junto a ese relato futurista se presentó otra mirada, menos espectacular pero imprescindible. La Fundación IDIS, en colaboración con Sigma Dos, difundió un amplio estudio sobre la situación y percepción del sector sociosanitario en España

El informe, basado en 1.600 entrevistas a población de entre 50 y 79 años, muestra que los servicios más conocidos —centros de día, residencias, ayuda a domicilio o teleasistencia— son valorados muy positivamente, con notas medias por encima del 8 sobre 10 en su contribución a la calidad de vida de mayores y cuidadores.

La paradoja es evidente: mientras la ciencia promete ganar décadas de vida, la realidad social nos recuerda que lo urgente es atender bien a quienes ya las han alcanzado. La pérdida de autonomía, de movilidad o el deterioro cognitivo siguen siendo los motivos que llevan a recurrir a apoyos externos. Y aunque se reconocen avances, también se detecta una escasa incorporación de innovaciones tecnológicas, lo que sitúa al sector en un terreno más de necesidad que de vanguardia.

No es una oposición, sino un contraste enriquecedor. La investigación biomédica abre puertas a un mañana distinto; la red sociosanitaria sostiene con realismo el hoy. Ambas perspectivas se necesitan. El optimismo científico no puede ocultar que aún pasará tiempo antes de que las terapias epigenéticas o inmunológicas formen parte del arsenal habitual. Mientras tanto, España debe reforzar sus recursos de atención sociosanitaria, porque el envejecimiento demográfico es ya un hecho y las familias requieren apoyos inmediatos.

En este cruce de caminos aparece un concepto sugerente: el de los ‘superviejos’, personas que, más allá de estadísticas de esperanza de vida, encarnan una longevidad gozosa. No se definen por alcanzar los cien años, sino por vivirlos plenamente. Manejan el móvil, disfrutan de la conversación, practican ese arte mediterráneo del “saber alternar”: un vino, una sobremesa, un paseo, un baile improvisado. Conviven con enfermedades crónicas, pero mantienen intacta la curiosidad, la alegría y la capacidad de disfrutar.

Estos ‘superviejos’ encarnan, en cierto modo, lo que la investigación sobre longevidad persigue: añadir vida a los años, y no solo años a la vida. Pero también nos recuerdan un límite crucial: hay dolencias que impiden serlo. Todas las que afectan al sistema nervioso central —demencias, alzhéimer, enfermedades psiquiátricas graves— erosionan la autonomía y, con ella, la posibilidad de disfrutar plenamente de la longevidad.

De ahí surge la conclusión inevitable. Los avances en epigenética o inmunología podrán beneficiar a quienes mantengan intactas sus capacidades mentales, pero dejarán fuera a una parte importante de la población. Hasta que la ciencia no consiga influir también en el curso de las enfermedades neurodegenerativas y mentales, la promesa de longevidad plena será solo para una fracción.

Eso no quita valor a lo conseguido. Que la UNESCO impulse un foro mundial de longevidad en Madrid – la capital europea con mayor esperanza de vida - muestra que la investigación está madura y que España es un actor relevante en este debate. Que el IDIS haya puesto cifras y realismo sobre la mesa indica que el país sabe dónde están las necesidades más urgentes. Y que los ‘superviejos’ existan, aun sin una definición formal, y sean ejemplo de vitalidad prueba que, más allá de laboratorios o estadísticas, ya hay quienes han encontrado la receta de la vida larga, o no tan larga, pero buena.

En definitiva, el futuro de la longevidad se escribe a dos tiempos: con los pies en el presente, cuidando con realismo a nuestros mayores, y con la mirada en el horizonte, persiguiendo que cada año añadido llegue acompañado de salud y lucidez. Esa es la verdadera tarea colectiva: conjugar lo posible con lo necesario, y aprender de los ‘superviejos’ que vivir bien sigue siendo el arte más sabio.